¡FAMILIA, PRIMERO!

jueves, 2 de enero de 20140 comentarios


Ciu­dad del Va­ti­ca­no. (No­ti­mex).- El Pa­pa Fran­cis­co re­ci­bió el Año Nuevo al­zan­do su voz con­tra las gue­rras y los con­flic­tos del mun­do tras con­tar una anéc­do­ta per­so­nal por la cual cla­mó: "¿Qué pa­sa en el co­ra­zón de la Hu­ma­ni­dad? ¡Es ho­ra de fre­nar la vio­len­cia!".

Al me­dio­día de hoy miér­co­les el Pon­tí­fi­ce se aso­mó a la ven­ta­na de su es­tu­dio en el Pa­la­cio Apos­tó­li­co del Va­ti­ca­no y pro­nun­ció su pri­me­ra ora­ción ma­ria­na del An­ge­lus en el año, an­te una Pla­za de San Pe­dro aba­rro­ta­da por más de 80,000 fie­les.

"Ayer re­ci­bí una car­ta de un se­ñor, qui­zás uno de us­te­des, que po­nién­do­me en co­no­ci­mien­to de una tra­ge­dia fa­mi­liar enu­me­ra­ba tan­tas tra­ge­dias que exis­ten hoy en el mun­do. Me pre­gun­ta­ba, ¿qué su­ce­de en el co­ra­zón del hom­bre? Y ter­mi­na­ba: ¡Es ho­ra de fre­nar­se!", re­la­tó im­pro­vi­san­do.

"Yo tam­bién creo que es ho­ra de fre­nar­se en el ca­mi­no de la vio­len­cia. Ha­go mías las pa­la­bras de es­te se­ñor: ¿Qué su­ce­de en el co­ra­zón del hom­bre, en el co­ra­zón de la Hu­ma­ni­dad? ¡Es ho­ra de fre­nar­se!", ex­cla­mó.

Su men­sa­je ini­ció con un de­seo "de paz y de to­do bien", pe­ro acla­ró que el su­yo es un de­seo cris­tia­no y no es­tá li­ga­do al sen­ti­do "un po­co má­gi­co, un po­co fa­ta­lis­ta" de un nue­vo ci­clo que ini­cia.

Por­que -di­jo- la his­to­ria tie­ne un cen­tro: Je­su­cris­to, en­car­na­do, muer­to y re­su­ci­ta­do; y tie­ne un fi­nal: el rei­no de Dios, rei­no de paz, de jus­ti­cia, de li­ber­tad en el amor.

Re­cor­dó que es­te 1o. de ene­ro la Igle­sia ce­le­bra la Jor­na­da Mun­dial de la Paz. Se di­jo con­ven­ci­do que to­dos los se­res hu­ma­nos son "hi­jos de un úni­co pa­dre ce­les­te", par­te "de la mis­ma fa­mi­lia y com­par­ten un des­ti­no co­mún".

De ahí, aña­dió, de­ri­va pa­ra ca­da uno la res­pon­sa­bi­li­dad de obrar pa­ra que el mun­do sea una co­mu­ni­dad de her­ma­nos que se res­pe­ten, se acep­ten en su di­ver­si­dad y se cui­den los unos a los otros.

In­sis­tió que to­dos es­tán lla­ma­dos a dar­se cuen­ta de las vio­len­cias y las in­jus­ti­cias pre­sen­tes en tan­tas par­tes del mun­do y que no pue­den de­jar in­di­fe­ren­tes e in­mó­vi­les: "Ur­ge el em­pe­ño de to­dos pa­ra cons­truir una so­cie­dad ver­da­de­ra­men­te más jus­ta y so­li­da­ria", apun­tó.

"En es­te pri­mer día del año, el se­ñor nos ayu­de a en­ca­mi­nar­nos to­dos con más de­ci­sión en la sen­da de la jus­ti­cia y de la paz, el es­pí­ri­tu san­to ac­túe en los co­ra­zo­nes, de­rri­ta las ce­rra­zo­nes y las du­re­zas y nos con­ce­da en­ter­ne­cer­nos an­te las de­bi­li­da­des del Ni­ño Je­sús. La paz, de he­cho, exi­ge la fuer­za de la Hu­mil­dad, la fuer­za no vio­len­ta de la ver­dad y del amor", afir­mó.

En­ton­ces vol­vió a im­pro­vi­sar: "¡Pe­ro co­men­ce­mos en ca­sa! Ha­cer rea­li­dad la jus­ti­cia y la paz en ca­sa, co­men­ce­mos por ahí y si­ga­mos ade­lan­te, con el res­to de la Hu­ma­ni­dad, pe­ro de­be­mos co­men­zar en ca­sa".

Con­fió a la Vir­gen que ex­tien­da el "gri­to de paz" de las po­bla­cio­nes "opri­mi­das por la gue­rra y la vio­len­cia", pa­ra que el diá­lo­go y la re­con­ci­lia­ción pre­va­lez­can so­bre las ten­ta­cio­nes de ven­gan­za, de pre­po­ten­cia y de co­rrup­ción.

Im­plo­ró que el "Evan­ge­lio de la fra­ter­ni­dad" pue­da ha­blar a ca­da con­cien­cia, aba­tir los mu­ros que im­pi­den a los ene­mi­gos de re­co­no­cer­se co­mo her­ma­nos.

A Ma­ría el Pa­pa de­di­có la ho­mi­lía que pro­nun­ció es­ta ma­ña­na en la Ba­sí­li­ca de San Pe­dro, du­ran­te la mi­sa con la cual re­ci­bió el año. En ella ase­gu­ró que la es­pe­ran­za cris­tia­na "no es ilu­so­ria", ni es­tá "ba­sa­da en frá­gi­les pro­me­sas hu­ma­nas" o es una "es­pe­ran­za in­ge­nua, que ima­gi­na un fu­tu­ro me­jor só­lo por­que es fu­tu­ro".

Es una es­pe­ran­za mo­ti­va­da en la ben­di­ción y la pro­tec­ción de Dios, pre­ci­só.

"La ma­dre del Re­den­tor nos pre­ce­de y con­ti­nua­men­te nos con­fir­ma en la fe. Con su ejem­plo de hu­mil­dad y de dis­po­ni­bi­li­dad a la vo­lun­tad de Dios nos ayu­da a tra­du­cir nues­tra fe en un anun­cio del Evan­ge­lio ale­gre y sin fron­te­ras. De es­te mo­do nues­tra mi­sión se­rá fe­cun­da, por­que es­tá mo­de­la­da so­bre la ma­ter­ni­dad de Ma­ría", se­ña­ló.

"A ella con­fia­mos nues­tro iti­ne­ra­rio de fe, los de­seos de nues­tro co­ra­zón, nues­tras ne­ce­si­da­des, las del mun­do en­te­ro, es­pe­cial­men­te el ham­bre y la sed de jus­ti­cia y de paz; y la in­vo­ca­mos to­dos jun­tos: ¡San­ta Ma­dre de Dios!", di­jo.

Con esa mis­ma fra­se Fran­cis­co con­clu­yó su dis­cur­so por el An­ge­lus, des­pués de la mi­sa. In­vi­tó a to­dos a sa­lu­dar a la Vir­gen y a re­pe­tir tres: "¡San­ta ma­dre de Dios!". Un ejer­ci­cio al que se su­mó la mul­ti­tud en un so­lo gri­to. Así el Pa­pa se des­pi­dió con un: "Buen do­min­go, buen ini­cio de año, buen ape­ti­to y has­ta lue­go".
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