Só­lo la cruz puede vencer la vio­len­cia, el odio y ven­gan­za

sábado, 4 de abril de 20150 comentarios



Pa­tri­cia Ca­rras­co

"Só­lo en la cruz es don­de la vio­len­cia, el odio y la ven­gan­za pue­den ser ven­ci­dos por el amor y el per­dón", ase­gu­ró el Ar­zo­bis­po Pri­ma­do de Mé­xi­co, Car­de­nal Nor­ber­to Ri­ve­ra Ca­rre­ra, du­ran­te la ce­le­bra­ción de la ve­ne­ra­ción de la cruz, en el Vier­nes San­to.

Acom­pa­ña­do por el Car­de­nal En­nio An­to­ne­lli, pre­si­den­te emé­ri­to del Pon­ti­fi­cio Con­se­jo pa­ra la Fa­mi­lia del Va­ti­ca­no, el Ar­zo­bis­po Pri­ma­do de Mé­xi­co, di­jo que el do­lor, la com­pa­sión y to­da la tra­ge­dia de la Pa­sión no al­can­zan a ex­pli­car to­do el con­te­ni­do del mis­te­rio de la cruz.

Los fie­les que acu­die­ron a la Ca­te­dral Me­tro­po­li­ta­na, al tér­mi­no de la mi­sa se hin­ca­ron y be­sa­ron la cruz, ellos des­pués de los je­rar­cas ca­tó­li­cos y los lai­cos.

En la ora­ción, se pi­dió por el Pa­pa Fran­cis­co, por los sa­cer­do­tes, por los que no creen en Cris­to, por los que no co­no­cen a Dios y por los go­ber­nan­tes.

En su ho­mi­lía el Car­de­nal afir­mó: "a Cris­to le lle­gó la cruz, la amó y la su­po car­gar has­ta el fi­nal. Ahí es­ta­ba su ma­dre acom­pa­ñán­do­lo. A no­so­tros, tar­de o tem­pra­no tam­bién nos lle­ga­rá la cruz".

Ex­hor­tó a los fie­les pro­fun­di­zar en el sen­ti­do de la cruz, cu­ya efi­ca­cia no tie­ne lí­mi­tes. "Ha lle­na­do el mun­do de paz, de gra­cia, de per­dón, de fe­li­ci­dad, de sal­va­ción y so­bre to­do le ha da­do a nues­tro mun­do el sen­ti­do del do­lor".

"Es en la cruz en don­de se con­su­ma nues­tra re­den­ción y en don­de en­cuen­tra sen­ti­do el do­lor per­so­nal y del mun­do. Es an­te la cruz en don­de des­cu­bri­re­mos la ma­li­cia del pe­ca­do y el gran­de amor que nos ha te­ni­do Aquel que se en­tre­gó a la muer­te y a una muer­te de cruz por no­so­tros", afir­mó.

Hoy no se rea­li­za una mi­sa, si­no que es­te día se ce­le­bra la muer­te de Cris­to, por lo que ese ac­to se efec­tuó en tres par­tes: li­tur­gia de la pa­la­bra, ado­ra­ción de la cruz y la co­mu­nión.

El pre­la­do di­jo que así la Pa­sión de Je­sús, de có­mo mu­rió en la cruz, res­pec­to a lo cual men­cio­nó que la cru­ci­fi­xión era la eje­cu­ción más cruel y afren­to­sa que co­no­ció la an­ti­güe­dad.

"La muer­te so­bre­ve­nía des­pués de una lar­ga ago­nía. A ve­ces, los ver­du­gos ace­le­ra­ban el fi­nal del cru­ci­fi­ca­do que­brán­do­le las pier­nas, en Cris­to no se dio así, si­no que con una lan­za le tras­pa­sa­ron el cos­ta­do del cual bro­tó san­gre y agua tan sim­bó­li­cas en la vi­da sa­cra­men­tal de la Igle­sia. 

"Que el Se­ñor se apia­de de no­so­tros y nos ben­di­ga, que nos mues­tre su ros­tro ra­dian­te y mi­se­ri­cor­dio­so". En los Im­pro­pe­rios re­ci­bi­mos el re­pro­che de aquel que nos ha ama­do has­ta el ex­tre­mo cuan­do can­ta­mos: "Pue­blo mío, ¿qué mal te he cau­sa­do o en qué co­sa te he ofen­di­do? Res­pón­de­me. 

Des­de los tiem­pos apos­tó­li­cos has­ta nues­tros días mu­chos son los que se nie­gan a acep­tar a un Dios he­cho hom­bre, que mue­re en un ma­de­ro pa­ra sal­var­nos: el dra­ma de la cruz si­gue sien­do "mo­ti­vo de es­cán­da­lo pa­ra los ju­díos y lo­cu­ra pa­ra los gen­ti­les". 

"Nos lla­ma la aten­ción que los cru­ci­fi­jos más an­ti­guos no ex­pre­san an­gus­tia, ago­nía o tra­ge­dia, si­no cal­ma, ma­jes­tad y rea­le­za. So­bre la cruz, co­mo tan­tas ve­ces lo re­pi­te San Juan, Je­sús es glo­ri­fi­ca­do y le­van­ta­do en al­to atrae to­das las co­sas ha­cia sí, en una pa­la­bra, des­de la cruz, rei­na".

Al pa­sar a ado­rar la San­ta Cruz es sa­lu­da­ble im­preg­nar­nos del do­lor de Cris­to, es bue­no que nos im­pac­te­mos an­te tan­to do­lor, es muy sa­no que nos lle­ne­mos de com­pa­sión y nos mo­va­mos al arre­pen­ti­mien­to.

A Cris­to le lle­gó la cruz, la amó y la su­po car­gar has­ta el fi­nal. Ahí es­ta­ba su ma­dre acom­pa­ñán­do­lo. A no­so­tros, tar­de o tem­pra­no tam­bién nos lle­ga­rá la cruz. Con Ma­ría, nues­tra Ma­dre, nos se­rá más fá­cil car­gar­la y amar­la, por eso le can­ta­mos con el him­no li­túr­gi­co: "¡Oh, dul­ce fuen­te de amor!, haz­me sen­tir tu do­lor pa­ra que llo­re con­ti­go", con­clu­yó
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