Patricia Carrasco
"Sólo en la cruz es donde la violencia, el odio y la venganza pueden ser vencidos por el amor y el perdón", aseguró el Arzobispo Primado de México, Cardenal Norberto Rivera Carrera, durante la celebración de la veneración de la cruz, en el Viernes Santo.
Acompañado por el Cardenal Ennio Antonelli, presidente emérito del Pontificio Consejo para la Familia del Vaticano, el Arzobispo Primado de México, dijo que el dolor, la compasión y toda la tragedia de la Pasión no alcanzan a explicar todo el contenido del misterio de la cruz.
Los fieles que acudieron a la Catedral Metropolitana, al término de la misa se hincaron y besaron la cruz, ellos después de los jerarcas católicos y los laicos.
En la oración, se pidió por el Papa Francisco, por los sacerdotes, por los que no creen en Cristo, por los que no conocen a Dios y por los gobernantes.
En su homilía el Cardenal afirmó: "a Cristo le llegó la cruz, la amó y la supo cargar hasta el final. Ahí estaba su madre acompañándolo. A nosotros, tarde o temprano también nos llegará la cruz".
Exhortó a los fieles profundizar en el sentido de la cruz, cuya eficacia no tiene límites. "Ha llenado el mundo de paz, de gracia, de perdón, de felicidad, de salvación y sobre todo le ha dado a nuestro mundo el sentido del dolor".
"Es en la cruz en donde se consuma nuestra redención y en donde encuentra sentido el dolor personal y del mundo. Es ante la cruz en donde descubriremos la malicia del pecado y el grande amor que nos ha tenido Aquel que se entregó a la muerte y a una muerte de cruz por nosotros", afirmó.
Hoy no se realiza una misa, sino que este día se celebra la muerte de Cristo, por lo que ese acto se efectuó en tres partes: liturgia de la palabra, adoración de la cruz y la comunión.
El prelado dijo que así la Pasión de Jesús, de cómo murió en la cruz, respecto a lo cual mencionó que la crucifixión era la ejecución más cruel y afrentosa que conoció la antigüedad.
"La muerte sobrevenía después de una larga agonía. A veces, los verdugos aceleraban el final del crucificado quebrándole las piernas, en Cristo no se dio así, sino que con una lanza le traspasaron el costado del cual brotó sangre y agua tan simbólicas en la vida sacramental de la Iglesia.
"Que el Señor se apiade de nosotros y nos bendiga, que nos muestre su rostro radiante y misericordioso". En los Improperios recibimos el reproche de aquel que nos ha amado hasta el extremo cuando cantamos: "Pueblo mío, ¿qué mal te he causado o en qué cosa te he ofendido? Respóndeme.
Desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días muchos son los que se niegan a aceptar a un Dios hecho hombre, que muere en un madero para salvarnos: el drama de la cruz sigue siendo "motivo de escándalo para los judíos y locura para los gentiles".
"Nos llama la atención que los crucifijos más antiguos no expresan angustia, agonía o tragedia, sino calma, majestad y realeza. Sobre la cruz, como tantas veces lo repite San Juan, Jesús es glorificado y levantado en alto atrae todas las cosas hacia sí, en una palabra, desde la cruz, reina".
Al pasar a adorar la Santa Cruz es saludable impregnarnos del dolor de Cristo, es bueno que nos impactemos ante tanto dolor, es muy sano que nos llenemos de compasión y nos movamos al arrepentimiento.
A Cristo le llegó la cruz, la amó y la supo cargar hasta el final. Ahí estaba su madre acompañándolo. A nosotros, tarde o temprano también nos llegará la cruz. Con María, nuestra Madre, nos será más fácil cargarla y amarla, por eso le cantamos con el himno litúrgico: "¡Oh, dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo", concluyó
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