Alejandro Colón
El Papa Francisco rompió el protocolo y al salir de la alfombra roja, saludó a un grupo de niños, escuchó a cantantes, recorrió el Hangar Presidencial para repartir bendiciones y coronar su afecto al pueblo de México, colocándose un sombrero de charro.
Con ello, México se pinta de luz y luego de escuchar la canción que lleva el mismo nombre con mo
Entre la algarabía de las 5,000 personas que se reunieron en el Hangar Presidencial para darle la bienvenida, el Papa escuchó atento el "Son de la Negra", interpretada por el tradicional mariachi y adornada por un ballet folklórico.
Flanqueado en todo momento por el Presidente Enrique Peña Nieto y su esposa, Angélica Rivera de Peña, Su Santidad vio con alegría los miles de pañuelos blancos y amarillos, colores que lleva la bandera del Vaticano.
Escuchó la súplica, a coro, de los asistentes para que les diera su bendición, mientras que en el lado norte del hangar lucieron también al aire pañuelos tricolores, de la bandera mexicana.
Visiblemente emocionado, Jorge Mario Bergoglio, el
Al grupo se sumaron entonces cantantes famosos, entre ellos Diego Verdaguer, Pedro Fernández, Belinda, Christian Castro, Emir Pavón, las integrantes de
Y al grito de "¡queremos que el Papa nos dé la bendición!", Francisco, quien prácticamente estaba por entrar al salón privado del Hangar Presidencial, emprendió camino hacia el graderío para condescender a la petición del público.
Afable, saludó y bendijo a los asistentes. Sin prisa, caminó hasta el lado opuesto de las gradas. Y, lentamente fue de regreso.
Fue abordado por uno de los mariachis, de la Secretaría de la Defensa Nacional. Conversó y, repentinamente, se puso el sombrero de charro. El cantante se lo quería regalar. El heredero del trono de San Pedro, lo devolvió.
Siguió su paso y fue sorprendido cuando, improvisadamente, la multitud empezó a corear el "Cielito Lindo", lo que el Papa agradeció con un gesto, mientras que en algunos la emoción se les manifestó con lágrimas.
"Francisco, hermano, ya eres mexicano", le tributó un pueblo que se le rindió, y que, como a Juan Pablo II, lo elevó como un auténtico peregrino de la paz y la esperanza
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