Patricia Carrasco
Al oficiar la misa con motivo del Domingo de Ramos, ceremonia con la que inicia la Semana Santa, el cardenal Norberto Rivera Carrera, resaltó la importancia de no sólo limitarse a contemplar la Pasión de Cristo, "sino hacer un análisis y descubrir nuestro lugar en ella. La muerte de Jesús no puede ser vaciada de su sentido religioso. No podemos negar nuestra responsabilidad buscando las culpas de otros".
Por lo que el jerarca religioso pidió unirse en los momentos de sufrimiento o de contradicción, oscuridad de la Pasión de Cristo, "el dolor y la muerte no son la última palabra, sino el principio y fundamento de todas las demás narraciones que ahí encontramos", subrayó.
En nosotros está la elección del personaje para acercarnos al drama de la Pasión de Cristo: podemos tomar la túnica del Cirineo para acercarnos a Cristo a ayudarle a cargar con la Cruz, podemos tomar el pañuelo de las mujeres que lloran al contemplar al condenado, podemos golpearnos el pecho como el centurión o estar junto a María en silencio al pie de la cruz o quizá nos quede mejor la vestidura de Judas, de Pedro, de Pilatos o de aquellos que "contemplaban de lejos" esperando ver cómo terminaba la tragedia.
Ante los presentes en la Catedral Metropolitana explicó que es ahí de donde no se puede despegar el sentido religioso de la historia de Cristo, pues pasó por esa pasión para "cargar con nuestros pecados, y en esa escena de alguna manera seguimos estando presentes todos".
Rivera Carrera insistió en que la Semana Santa es una oportunidad para analizar a fondo "en qué papel nos encontramos dentro de esta Pasión".
Tras bendecir las palmas, el arzobispo primado de México resaltó que la Semana Santa sería incompleta sin no se vive la fe y la esperanza de la resurrección, toda nuestra vida en cierto sentido.
En su homilía, refirió que la narración de la Pasión de Jesucristo "no es el final del Evangelio, sino el principio y fundamento de todas las demás narraciones que ahí encontramos".
Rivera Carrera expuso que todos los intentos hechos a lo largo de los siglos para descalificar la historicidad de los hechos de la Pasión de Cristo, y sin embargo hasta ahora todos ellos "han fracasado miserablemente".
"Los que asistimos a esta celebración sabemos que la Pasión no ha terminado. Somos conscientes que nos falta completar en nosotros lo que le faltó a la Pasión de Cristo", dijo. "La liturgia de hoy nos ha invitado a vivir en estos días los sufrimientos que Jesús cargó por nosotros. En su cuerpo, en su alma, en su corazón, para así descubrir en esta historia de amor la grandeza de nuestra salvación", afirmó.
La maravillosa simplicidad, el tono narrativo, la ausencia de polémica, inclusive las mismas incoherencias que nadie ha tratado de eliminar, son un testimonio objetivo y de primera mano que nos acercan al hecho histórico de la Pasión del Señor.
El religioso especificó que las mismas escrituras nos dan las respuestas: "Jesús cargó con nuestros pecados" y nuestros pecados llevaron a Jesús a la cruz: "Él fue condenado por nuestras iniquidades. Judas que traiciona, Pedro que reniega, Pilatos que se lava las manos, la gente que se calienta al fuego, los soldados que se dividen las vestiduras del condenado, los ladrones que lo acompañan en la cruz, no son personajes extraños a la Pasión, ahí está la explicación de todo, nosotros estamos ahí representados de alguna manera.
Esta Semana Santa hagamos nuestro el ideal de San Pablo: "sufro en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo, a favor de su cuerpo que es la Iglesia". Sepamos convertir nuestro dolor, aparentemente infecundo, en medio de redención para nosotros y para los demás.
La narración de la Pasión aparentemente termina con la piedra que cierra el sepulcro, pero nosotros sabemos que el dolor y la muerte no son la última palabra. Jesús ha resucitado y está sentado a la derecha del Padre.
La Semana Santa será incompleta si no se vive en la fe y en la esperanza de la resurrección. Toda nuestra vida, en cierto sentido, debe ser Semana Santa, perseguidos por el dolor y la muerte, pero viviendo la alegría del triunfo definitivo que alcanzaremos en la resurrección
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