Sin edu­ca­ción no pue­de ha­ber una trans­for­ma­ción ver­da­de­ra, cre­ci­mien­to ni pro­gre­so en Mé­xi­co: Iglesia

domingo, 13 de mayo de 20120 comentarios

Por: Patricia Carrasco, LA PRENSA

La Igle­sia Ca­tó­li­ca ase­gu­ró que sin edu­ca­ción no pue­de ha­ber una trans­for­ma­ción ver­da­de­ra, cre­ci­mien­to ni pro­gre­so en Mé­xi­co, "sin edu­ca­ción ce­rra­mos mu­chas puer­tas de opor­tu­ni­dad pa­ra la po­bla­ción, por lo que se de­ben apo­yar pro­yec­tos edu­ca­ti­vos; que se ore a fa­vor de los que tra­ba­jan en la edu­ca­ción, que nos con­ven­za­mos que no es una ta­rea ais­la­da de unos cuan­tos, si­no de to­dos los me­xi­ca­nos, pa­ra que Mé­xi­co sea un país com­pe­ti­ti­vo y pa­cí­fi­co".

Al re­sal­tar que el pró­xi­mo 15 de ma­yo es Día del Maes­tro, re­mar­có que "la edu­ca­ción es el ele­men­to más im­por­tan­te pa­ra la trans­for­ma­ción ver­da­de­ra de nues­tro país". Asi­mis­mo, se pi­dió por que el ma­gis­te­rio en Mé­xi­co dé ver­da­de­ro tes­ti­mo­nio de tra­ba­jo, ho­nes­ti­dad y en­tre­ga en be­ne­fi­cio de sus alum­nos".

A la mi­sa do­mi­ni­cal en la Ca­te­dral Me­tro­po­li­ta­na, acu­dió el Se­cre­ta­rio de Edu­ca­ción Pú­bli­ca, Jo­sé An­gel Cór­do­va, acom­pa­ña­do de su es­po­sa.

La Ar­qui­dió­ce­sis de Mé­xi­co co­men­tó que to­da la des­com­po­si­ción so­cial que vi­ve nues­tra pa­tria es por­que nos he­mos ale­ja­do de Dios, "por­que pen­sa­mos que el po­der, el di­ne­ro, el pla­cer son los ver­da­de­ros dio­ses que pue­den lle­nar nues­tras vi­das, pe­ro son una men­ti­ra, lo cier­to es que nos lle­van a la des­truc­ción, a la in­sa­tis­fac­ción y al des­pre­cio de no­so­tros mis­mos".

An­te las de­ce­nas de fie­les reu­ni­dos en el re­cin­to re­li­gio­so, fus­ti­gó que no cum­pli­mos el man­da­to del Se­ñor de amar­nos unos a otros y sem­bra­mos en cam­bio la dis­cor­dia, el in­sul­to, la des­ca­li­fi­ca­ción, la ven­gan­za, en una es­pi­ral que ter­mi­na con­vir­tién­do­se en vio­len­cia y des­truc­ción.

En la ce­le­bra­ción re­li­gio­sa del VI do­min­go de Pas­cua, la Igle­sia Ca­tó­li­ca re­sal­tó que la vio­len­cia es una es­pi­ral que no ter­mi­na, si usa­mos más vio­len­cia, és­ta cre­ce y una so­cie­dad co­mo la nues­tra, en la que se ha mal­ba­ra­ta­do el tér­mi­no "amor", los cris­tia­nos re­ci­ben la mi­sión del amor más gran­de.

"Del amor que no bus­ca sa­car pro­ve­cho, del amor que no se ven­de, del amor que no se arre­dra, del amor que sa­be per­ma­ne­cer con la eter­ni­dad de Dios. "Amar", de­cía bien Ga­briel Mar­cel, "es de­cir: 'tú no mo­ri­rás' ".

Du­ran­te la ho­mi­lía, la Ar­qui­dió­ce­sis Pri­ma­da de Mé­xi­co re­mar­có que en una so­cie­dad que no de­ja de usar y abu­sar de la pa­la­bra amor has­ta va­ciar­lo de su con­te­ni­do más pro­fun­do.

Ex­pli­có que el amor, se­gún la car­ta de San Juan, con­sis­te en un re­ga­lo, en una ini­cia­ti­va, en una en­tre­ga: "en que Dios nos amó pri­me­ro". ¿Por qué Dios de­ci­dió amar­nos? La gra­tui­dad di­vi­na no tie­ne ex­pli­ca­ción, y ahí em­pie­za lo asom­bro­so, lo mis­te­rio­so de es­te don, nos amó sin que tu­vié­ra­mos mé­ri­to, por­que él qui­so amar­nos pri­me­ro.

¿Có­mo sa­be­mos que el amor de Dios no es una idea con­so­la­do­ra, un amor abs­trac­to muy ale­ja­do de nues­tra rea­li­dad his­tó­ri­ca y per­so­nal? ¡Por­que nos dio a Je­sús!, a su úni­co, a su ama­dí­si­mo Hi­jo. El Pa­dre se des­pren­dió, arran­có de sí lo más va­lio­so, lo más ama­do y nos lo en­tre­gó a no­so­tros pa­ra que crea­mos y al creer ten­ga­mos vi­da.

Re­cor­dó que no se pue­de vi­vir sin amor, ya que "a es­te mun­do he­mos ve­ni­do a dos co­sas: a amar y a ser ama­dos, na­die en su vi­da pue­de es­tar com­ple­to si fal­tan en él al­gu­no de es­tos dos ele­men­tos". La vi­da no es ple­na si no so­mos ama­dos, pe­ro tam­po­co lo es si la ex­pe­rien­cia de ser ama­dos no nos abre a la aven­tu­ra de amar a los de­más.

El amor de Dios no es abs­trac­to, pe­ro el nues­tro sí lo pue­de ser, el amor de Dios no es una qui­me­ra, pe­ro el nues­tro pue­de ser un en­ga­ño, el amor de Dios no es só­lo un sen­ti­mien­to, pe­ro el nues­tro siem­pre lo con­fun­di­mos con una sen­sa­ción, de ahí que nos cues­te tan­to per­do­nar -y más aún, co­mo nos man­da Je­sús-, amar a nues­tros ene­mi­gos, no de­vol­ver mal por mal y re­zar por ellos.

Só­lo el amor nos sal­va. Só­lo el amor es dig­no de fe, por­que el amor es Dios mis­mo, es su rea­li­dad más ín­ti­ma, es su Hi­jo que mu­rió en la Cruz y re­su­ci­tó pa­ra sal­var­nos 
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