Viven en Iztapalapa las últimas horas de Cristo

sábado, 19 de abril de 20140 comentarios



Raúl Ma­cías, Foto: Luis A. Barrera

En me­dio de un tem­blor de 7.2 gra­dos en la es­ca­la de Rich­ter, ayer mi­les de per­so­nas si­guie­ron con la CLX­XI re­pre­sen­ta­ción de la vi­da y muer­te de Je­sús. De acuer­do a las au­to­ri­da­des, cer­ca de 2.000,000 de fie­les se die­ron ci­ta en Iz­ta­pa­la­pa, don­de por unos ins­tan­tes se te­mió fue­ra can­ce­la­da, pe­ro por for­tu­na el mo­vi­mien­to te­lú­ri­co no oca­sio­nó des­gra­cias per­so­na­les y to­do con­ti­nuó en es­ta de­mar­ca­ción que por unas ho­ras se con­vir­tió en un pe­que­ño Je­ru­sa­lén.

Fue gran­de el sus­to de las per­so­nas al sen­tir el tem­blor, in­clu­so al­gu­nos ac­to­res sa­lie­ron de la ca­sa de los en­sa­yos por te­mor de que la vi­vien­da co­lap­sa­ra. Pa­sa­do el sus­to se con­ti­nuó con la es­ce­ni­fi­ca­ción de las úl­ti­mas ho­ras del Hi­jo de Dios en la tie­rra. En las ca­lles se vio la fe y de­vo­ción de los ca­tó­li­cos que se die­ron ci­ta en ca­lles de Iz­ta­pa­la­pa.

Des­de tem­pra­na ho­ra los na­za­re­nos vis­tien­do tú­ni­cas mo­ra­das ca­mi­na­ban con rum­bo al Ce­rro de la Es­tre­lla. Di­cen que del ta­ma­ño de la cruz son sus pe­ca­dos y se vio a mu­chos de ellos car­gan­do las ma­de­ras du­ran­te va­rios ki­ló­me­tros, es­to pa­ra li­brar­se de sus cul­pas. En­tre es­tos ve­ci­nos se en­con­tra­ban tam­bién pe­que­ñi­nes que lle­va­ban a cues­tas pe­que­ñas cru­ces, por­que en ellos no hay mal­dad.

Mi­nu­tos más tar­de en el Jar­dín Cui­tlá­huac ya los ac­to­res es­pe­ra­ban la lle­ga­da del Me­sías, que es­ta vez fue per­so­ni­fi­ca­do por Eduar­do Guz­mán Flo­res. Cer­ca del me­dio­día sa­lió de la ca­sa de los en­sa­yos Je­su­cris­to, ya que ahí pa­só la no­che al ser con­ver­ti­da en la pri­sión don­de es lle­va­do el car­pin­te­ro lue­go de que Ju­das Is­ca­rio­te lo ven­de por 30 mo­ne­das de pla­ta.

Es así co­mo lo pre­sen­tan an­te Pon­cio Pi­la­tos, cu­yo pa­la­cio fue co­lo­ca­do en el Jar­dín Cui­tlá­huac. Al lle­gar al pa­la­cio de Pon­cio Pi­la­tos, los pon­tí­fi­ces in­ci­ta­ban a las per­so­nas pa­ra que pi­die­ran que fue­ra cas­ti­ga­do por de­cir ser el Hi­jo de Dios. Cuan­do es­cu­chó los gri­tos Pon­cio se aso­mó en su bal­cón y le pi­die­ron fue­ran re­ci­bi­dos pa­ra que juz­ga­ra a Je­sús. Es ahí don­de su es­po­sa Clau­dia le pi­de que lo de­je en li­ber­tad por­que es un hom­bre que no le ha he­cho mal a na­die.

Pon­cio Pi­la­tos se com­pro­me­te con ella en no cas­ti­gar­le, pe­ro pa­ra ello te­nía que es­cu­char lo que Je­sús di­ría en su de­fen­sa. En un par de oca­sio­nes al te­ner a El Na­za­re­no le pi­de que se de­fien­da, pe­ro El no emi­te nin­gu­na pa­la­bra; can­sa­do de es­to, Pi­la­tos or­de­na que sea pre­sen­ta­do an­te el Rey He­ro­des y así cum­plir con la pa­la­bra em­pe­ña­da a su es­po­sa Clau­dia.

En su pa­la­cio se le di­ce a He­ro­des que so­bre el car­pin­te­ro pe­sa la acu­sa­ción de de­cir­se ser el rey de los ju­díos, y es cuan­do He­ro­des le pi­de que pa­ra creer­le y res­pe­tar su vi­da, de­be re­su­ci­tar a Da­vid, pe­ro en to­no bur­lón por lo que Je­sús de nue­va cuen­ta ca­lla y no se de­fien­de de las acu­sa­cio­nes que se ha­cen en su con­tra, mien­tras que los fa­ri­seos agi­ta­ban a la gen­te pa­ra so­li­ci­tar su muer­te.

Mo­les­to por el si­len­cio, He­ro­des dio la or­den pa­ra que fue­ra re­gre­sa­do an­te Pon­cio Pi­la­tos pa­ra que fue­ra él quien de­ci­die­ra so­bre la vi­da o la muer­te. Es­tan­do con Pon­cio és­te ex­cla­mó: "no en­tien­do qué mal les ha he­cho es­te hom­bre", y ahí pre­gun­tó a los ha­bi­tan­tes del pue­blo de Ju­dá: "a quién quie­ren que de­je en li­ber­tad, al la­drón Ba­rra­bas o a su rey Je­sús de Na­za­ret", y pi­die­ron la li­ber­tad del la­drón y ase­si­no Ba­rra­bás y es cuan­do or­de­nó la cru­ci­fi­xión del Me­sías en el Gól­go­ta.

"Soy ino­cen­te de la muer­te de es­te hom­bre", di­jo Pon­cio pa­ra en­ton­ces so­li­ci­tar le arri­ma­ran un bal­de con agua pa­ra en­ton­ces la­var­se las ma­nos. Al ver que Pi­la­tos les de­ja­ba en sus ma­nos cas­ti­gar al blas­fe­mo, co­mo de­cían los pon­tí­fi­ces se dio la or­den de que fue­ra lle­va­do pa­ra ama­rrar­lo a un pi­lar ins­ta­la­do en la Pla­za Cui­tlá­huac don­de le die­ron 39 azo­tes co­mo lo mar­ca­ba la ley.

Las­ti­ma­do por los azo­tes y con el cuer­po mal­tre­cho y en­san­gren­ta­do si­guió sien­do víc­ti­ma de las bur­las y hu­mi­lla­cio­nes. Cer­ca de él pa­sa co­rrien­do Ba­rra­bás gus­to­so por­que le die­ron su li­ber­tad sin que pa­ga­ra por los ro­bos y ho­mi­ci­dios co­me­ti­dos. Eso es­ta­ba den­tro de lo es­cri­to en la vi­da de un Je­sús, que nun­ca pe­día per­dón: más bien per­do­na­ba a sus agre­so­res.

Sin sa­ber lo que su­ce­día en la al­co­ba de Pi­la­tos y Clau­dia, Je­sús fue obli­ga­do a car­gar la pe­sa­da cruz de ma­de­ra que es­ta vez pe­sa­ba 97 ki­los, que se­ría lle­va­da en sus hom­bros a lo lar­go de 2 ki­ló­me­tros de dis­tan­cia. Su ca­mi­nar fue len­to por las le­sio­nes en su cuer­po. Car­ga­ba a cues­tas la cruz y los pe­ca­dos de la Hu­ma­ni­dad, qui­zás lo más pe­sa­do que lle­va­ba en­ci­ma.

Al ver que ha­bía ven­di­do al Hi­jo de Dios, Ju­das Is­ca­rio­te co­rrió has­ta el Ce­rro de la Es­tre­lla pa­ra po­ner fin a sus car­gos de con­cien­cia. De en­tre sus ro­pas sa­có una cuer­da que ama­rró bien a un ár­bol pa­ra col­gar­se. Su cuer­po in­mó­vil y con la len­gua de fue­ra su cuer­po era me­ci­do por el ai­re y que­da­ba la mues­tra de la trai­ción a su Maes­tro y el arre­pen­ti­mien­to, aun­que por un mo­men­to se pen­só que efec­ti­va­men­te se es­ta­ba aho­gan­do, pe­ro fue par­te de la ac­tua­ción.

Lue­go de una dis­tan­cia con­si­de­ra­ble se dio pa­so a la pri­me­ra caí­da y en­cuen­tro con Si­ro. En el es­ce­na­rio ins­ta­la­do en las ca­lles de Ayun­ta­mien­to y Allen­de, al caer, Je­sús ex­cla­mó: "per­dó­na­los Pa­dre mío por­que no sa­ben lo que ha­cen". Al lle­gar a Cuauh­té­moc se re­pre­sen­tó la se­gun­da caí­da y ahí se en­con­tró con su ma­dre que te­nía tiem­po de no ver.

Ma­ría -Nancy Uri­be-, al ver el es­ta­do en que se en­con­tra­ba su hi­jo, con el ros­tro mar­ca­do por el do­lor de ma­dre y lá­gri­mas en los ojos le di­jo: "dón­de has es­ta­do es­tos úl­ti­mos tres días", a lo que el Na­za­re­no con dé­bil voz le res­pon­dió: "yo no he de­ja­do de ver­te des­de el mo­men­to en que nos se­pa­ra­mos. Ben­di­ta seas en­tre to­das las mu­je­res" pa­ra ser le­van­ta­do y se­guir el do­lo­ro­so ca­mi­no.

Me­tros más ade­lan­te se da el en­cuen­tro de Je­sús con Sa­muel Be­li Beth. Y en la re­pre­sen­ta­ción de la ter­ce­ra caí­da en Es­tre­lla, la sa­ma­ri­ta­na ofre­ce agua a Je­sús, pa­ra po­co des­pués, an­te un des­fa­lle­ci­mien­to los sol­da­dos ro­ma­nos le di­cen a Si­món Ci­ri­neo que ayu­de al Me­sías a car­gar la pe­sa­da cruz ca­mi­no al Gól­go­ta, ya que es la su­bi­da al Ce­rro de la Es­tre­lla.

Lle­ga el mo­men­to de ser des­po­ja­do de su tú­ni­ca. A su la­do, la Vir­gen Ma­ría llo­ra­ba por el do­lor de per­der a su hi­jo y la for­ma en que fue he­ri­do. Cuan­do el re­loj mar­ca­ba las 16:40 ho­ras, Je­sús fue ele­va­do jun­to con la pe­sa­da cruz, al igual que los la­dro­nes Di­mas y Ges­tas, quie­nes tam­bién fue­ron sen­ten­cia­dos a mo­rir cru­ci­fi­ca­dos por los gra­ves de­li­tos co­me­ti­dos en sus tiem­pos.

Ges­tas, an­tes de mo­rir con gri­tos le di­jo a Je­sús: "si en ver­dad eres el hi­jo de Dios sál­va­te a ti mis­mo y sál­va­me a mí". Mien­tras, el car­pin­te­ro ex­cla­ma: "per­dó­na­los Pa­dre mío no sa­ben lo que ha­cen", y es cuan­do Di­mas re­cri­mi­na sus pa­la­bras a Ges­tas: "no blas­fe­mes Ges­tas, no ves que él no tie­ne cul­pa al­gu­na", y le pi­dió al Hi­jo de Dios que lo lle­va­ra con él.

Al di­ri­gir­se a Di­mas le di­ce: "en ver­dad te di­go que hoy es­ta­rás con­mi­go en pre­sen­cia de mi Pa­dre", di­cho es­to, el la­drón que pi­dió la cle­men­cia de Je­sús mu­rió arri­ba de la cruz. Je­sús mi­ra al cie­lo y ex­cla­ma: "Dios mío, Dios mío por qué me has aban­do­na­do", a los po­cos se­gun­dos gri­ta a los ro­ma­nos que tie­ne sed, mien­tras és­tos jue­gan a los da­dos su ro­pa, otro po­ne una es­pon­ja en su lan­za la im­preg­na de vi­na­gre y se la da a chu­par.

A los po­cos ins­tan­tes el ar­cán­gel Ga­briel su­bió a la par­te tra­se­ra de la cruz y sol­tó una pa­lo­ma blan­ca pa­ra dar­le pa­so a las pa­la­bras de Cris­to. "pa­dre mío, en tus ma­nos en­co­mien­do mi es­pí­ri­tu", di­cho lo an­te­rior, en los mo­men­tos que eran las 16:50 ho­ras, el Na­za­re­no ce­rró los ojos y re­po­só su ca­be­za en su pe­cho co­mo se­ñal de su muer­te, y una le­ve rá­fa­ga de vien­to se de­jó sen­tir y se dio por con­clui­da la par­te de la cru­ci­fi­xión.

Enviado desde mi iPad
Share this article :

Publicar un comentario

Labels

JUSTICIA (39) POLITICA (18) REPUBLICA (16) POLICIA (12) CIUDAD (4) ECONOMIA (4) DEPORTES (2) ESTADOS (1) SOCIEDAD (1)
 
Support : Creating Website | Johny Template | Mas Template
Copyright © 2011. NOTIREDMEXICO - All Rights Reserved
Template Created by Creating Website Published by Mas Template
Proudly powered by Blogger