Rezan por las víctimas de terroristas en París

lunes, 12 de enero de 20150 comentarios



Pa­tri­cia Ca­rras­co

En la mi­sa do­mi­ni­cal en la Ca­te­dral Me­tro­po­li­ta­na los cre­yen­tes ora­ron por los 12 fa­lle­ci­dos del se­ma­na­rio sa­tí­ri­co "Char­lie Heb­do", en Pa­rís, Fran­cia, y por el res­to las per­so­na que han muer­to por ese aten­ta­do. Asi­mis­mo, la Igle­sia Ca­tó­li­ca lla­mó a los fie­les a no alie­nar­se, a no per­der la iden­ti­dad hu­ma­na ni el res­pe­to por sus se­me­jan­tes.

"Los ca­mi­nos de la alie­na­ción más fre­cuen­tes pa­ra no­so­tros son, hoy en día, el des­cui­dar el ser por el que­rer pa­re­cer, el con­su­mis­mo, el in­ver­tir me­dios por fi­nes, la bús­que­da ex­clu­si­va de ga­nan­cias con des­pre­cio de las per­so­nas, in­clu­si­ve a cos­to de su vi­da".

El ego­cen­tris­mo, la va­na­li­za­ción del pla­cer, el no re­co­no­cer la dig­ni­dad de to­dos los se­res hu­ma­nos, usar a los de­más co­mo si fue­ran ob­je­tos, son otras for­mas de alie­na­ción y, por ello, la in­vi­ta­ción es a re­no­var las pro­me­sas bau­tis­ma­les, re­nun­cian­do al pe­ca­do pa­ra vi­vir con­for­me a las en­se­ñan­zas del Se­ñor.

En la ora­ción de los fie­les se ele­vó una ple­ga­ria: "por los que fa­lle­cie­ron es­tos días, en los ac­tos te­rro­ris­tas en Pa­rís, pa­ra que go­cen del rei­no del Pa­dre, jun­to a los san­tos en los cie­los; así co­mo por los te­rro­ris­tas que se con­vier­tan y se re­con­ci­lien con Dios y con sus her­ma­nos".

Asi­mis­mo, se ele­vó una ora­ción por los go­ber­nan­tes y los que di­ri­gen los pue­blos pa­ra que en to­das sus ac­tua­cio­nes cum­plan con la vo­lun­tad de Dios Pa­dre. Por to­das las per­so­nas que se en­cuen­tran le­jos de Dios, o lo bus­can en don­de no se en­cuen­tra pa­ra que atien­dan a la in­vi­ta­ción que Dios les ha­ce pa­ra se­guir­lo.

En la ora­ción de los fie­les, tam­bién se re­zó por los ni­ños que na­ce­rán du­ran­te el 2015 y los ni­ños que se­rán bau­ti­za­dos en la fe ca­tó­li­ca. 

Di­jo que el bau­tis­mo es el se­llo de nues­tra per­so­na­li­dad, de nues­tra iden­ti­dad y de nues­tra mi­sión. Per­der la iden­ti­dad se lla­ma "alie­nar­se".

Se­ña­ló, aquel Je­sús, con­fun­di­do en­tre la mul­ti­tud, que pe­día hu­mil­de el bau­tis­mo a Juan el Bau­tis­ta, es el mis­mo que aho­ra es­con­di­do en los sig­nos hu­mil­des del pan y del vi­no vie­ne a no­so­tros. Re­ci­bá­mos­lo con sin­ce­ri­dad y sen­ci­llez: "Se­ñor, no soy dig­no de que en­tres en mi ca­sa, pe­ro una pa­la­bra tu­ya, bas­ta­rá pa­ra sa­nar­me". 

Re­cor­dó que en la fies­ta de la Epi­fa­nía, con­tem­plá­ba­mos a Je­sús en bra­zos de su ma­dre, ni­ño de po­cas se­ma­nas, ado­ra­do por los Re­yes Ma­gos; hoy nos en­con­tra­mos con Cris­to a la edad de 30 años, mez­cla­do en­tre la mu­che­dum­bre que se acer­ca a Juan el Bau­tis­ta pa­ra pe­dir ser bau­ti­za­do. 

"30 años de mis­te­rio­so si­len­cio, pe­ro un si­len­cio más elo­cuen­te que mu­chas na­rra­cio­nes, si­len­cio que nos mues­tra que el ver­bo de Dios ver­da­de­ra­men­te se hi­zo en to­do se­me­jan­te a no­so­tros", aña­dió.

El evan­ge­lio, co­mo las gran­des sin­fo­nías, es­tá he­cho de so­ni­dos y si­len­cios, es­te si­len­cio es be­llí­si­mo y re­ve­la­dor, es el evan­ge­lio de la ver­dad, Dios se hi­zo en to­do se­me­jan­te a no­so­tros y no só­lo to­mó nues­tra con­di­ción.

La im­por­tan­cia del bau­tis­mo es­tá li­ga­da a la ma­ni­fes­ta­ción del Es­pí­ri­tu. La apa­ri­ción del Es­pí­ri­tu in­di­ca que ha co­men­za­do la nue­va crea­ción, por­que el Es­pí­ri­tu ha rea­pa­re­ci­do so­bre las aguas co­mo en los orí­ge­nes.

El pre­la­do afir­mó que lo ma­ra­vi­llo­so del bau­tis­mo que hoy ce­le­bra­mos es­tá en la re­ve­la­ción que Dios Pa­dre nos ha­ce: "es­te es mi hi­jo muy ama­do, es­cú­chen­lo". Es la má­xi­ma ma­ni­fes­ta­ción de la Epi­fa­nía: 

Ya no son los án­ge­les ni una es­tre­lla, si­no la voz mis­ma del Pa­dre que re­ve­la a to­dos los hom­bres quién es Je­sús de Na­za­reth: el Hi­jo ama­do del Pa­dre. Je­sús en su vi­da con­fir­mó el sig­ni­fi­ca­do de es­ta de­cla­ra­ción, lla­man­do cons­tan­te­men­te a Dios con el nom­bre de Ab­bá, Pa­dre. 

Con pa­la­bras y obras con­fir­mó su con­cien­cia de ser el Hi­jo de Dios: vi­vió un diá­lo­go inin­te­rrum­pi­do con su Pa­dre, su ali­men­to era ha­cer la vo­lun­tad del Pa­dre, con­fió to­tal­men­te en su Pa­dre
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