Raúl Macías
Triste y con las huellas de la tortura a la que era sometida, con una anemia que pone en riesgo su vida, ahora se encuentra en un albergue de la Procuraduría capitalina; con el rostro al que le fueron borradas las sonrisas, dicen, la joven de 22 años fija su mirada a cualquier punto del lugar donde se encuentra; no sonríe, permanece alejada de las demás jovencitas que se encuentran resguardadas ahí.
Cuando logró escapar de sus captores que la mantenían en una tintorería de la Colonia Lomas de Padierna, en la Delegación Tlalpan, la joven acudió a denunciar el hecho ante la PGJDF. Ahí se informó que se trató de un delito de trata de personas en su modalidad de trabajos forzados; aunque para los juristas es una clara privación ilegal de la libertad.
Al abandonar el lugar en donde era sometida a trabajos forzados, maltratos físicos y emocionales, la joven (de quien por obvias razones se conserva su nombre en el anonimato), pero quien pidió se le llamara Zunduri, dejó atrás todo. En las noches ha luchado por olvidar toda su desgracia, todos los días amargos que vivió al ser encadenada del cuello para evitar así que se escapara, pero tendría que volver a revivir y recordar su sufrir.
Pero tenía que estar ahí, era urgente su presencia para llevar a cabo la reconstrucción de los hechos. Bajó despacio de la unidad que se estacionó en la referida dirección. Un policía de Investigación abrió el zaguán y se le pidió a la joven pasar e indicar en dónde se encontraba encadenada desde que llegó a trabajar a la tintorería; fue someterle a la angustia de revivir lo que acabó con su aspecto físico.
Fue subida en las piezas superiores de la negociación, espacio por espacio decía lo que en aquellos ayeres le ocurría. Llegó el momento del shock: la trasladación al área de planchado, ahí donde justamente era encadenada para laborar sin descanso; donde comía plástico de las bolsas que le colocan a la ropa limpia, y hasta crema para el cuerpo para mitigar el hambre.
Dio cuenta de cómo era colocada la cadena con el candado, que con la plancha que trabajaba le quemaban el cuerpo; en ocasiones más, los salvajes José de Jesús Vera, pareja sentimental de Leticia Molina Ochoa, así como su hermana de ésta y sus hijas, Fani, Ivette y Janette, respectivamente, la golpeaban con herramientas de plomería y otros instrumentos de fierro para someterla a laborar más horas.
Llegó entonces al lugar donde medio dormía, donde sus noches eran de constantes pesadillas, donde el dolor se acrecentaba; ahí, justo ahí donde era encadenada como animal rabioso, pero del cual finalmente encontró el modo de escapar, de dejar atrás el sufrimiento aun a costa de su vida en caso de haber sido descubierta; de donde volvió a ver la luz del día, donde escuchó de nuevo las voces de las personas, el ruido de los autos, donde respiró el aire de libertad.
En ese sitio relató cómo logró evadir a sus custodias; se les olvidó cerrar el candado que le colocaban con la cadena al cuello y a través de un hueco en un cuartucho logró salir y solicitar ayuda de la autoridad, y gracias a ellos, alcanzó su libertad y ahora se castigará a quienes la mantenían en esclavitud
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