¡INDISOLUBLE!

lunes, 5 de octubre de 20150 comentarios


CIU­DAD DEL VA­TI­CA­NO, (No­ti­mex).- El Pa­pa Fran­cis­co inau­gu­ró hoy los tra­ba­jos de una cum­bre epis­co­pal que ana­li­za­rá los de­sa­fíos de la fa­mi­lia y que es­tu­vo pre­ce­di­da por un en­cen­di­do de­ba­te so­bre la si­tua­ción de los di­vor­cia­dos vuel­tos a ca­sar, con una cla­ra de­fen­sa al ma­tri­mo­nio in­di­so­lu­ble, en­tre un hom­bre y una mu­jer.

El Pa­pa ce­le­bró la ma­ña­na de es­te do­min­go, de ini­cio del Sí­no­do de los Obis­pos, una asam­blea que has­ta el pró­xi­mo 25 de oc­tu­bre reu­ni­rá a unos 270 "pa­dres si­no­da­les" so­bre el tí­tu­lo La vo­ca­ción y la mi­sión de la fa­mi­lia en la Igle­sia y en el mun­do con­tem­po­rá­neo.

En un lar­go te­ma­rio, co­no­ci­do co­mo Ins­tru­men­tum La­bo­ris (Ins­tru­men­to de tra­ba­jo), el Va­ti­ca­no in­clu­yó los te­mas a de­ba­tir en las pró­xi­mas tres se­ma­nas, en­tre los cua­les el más con­tro­ver­ti­do es el que co­rres­pon­de a los di­vor­cia­dos con una nue­va unión.

Con­tra­ria­men­te a lo que al­gu­nos ob­ser­va­do­res va­ti­ca­nos han su­ge­ri­do res­pec­to de la vo­lun­tad de Jor­ge Ma­rio Ber­go­glio de me­nos­ca­bar la doc­tri­na de la Igle­sia en ma­te­ria ma­tri­mo­nial, el Pa­pa hoy de­fen­dió la in­di­so­lu­bi­li­dad de las unio­nes con­yu­ga­les ca­tó­li­cas.

Lo hi­zo en va­rios pa­sa­jes de su ser­món, du­ran­te la mi­sa en la Ba­sí­li­ca de San Pe­dro, en la cual par­ti­ci­pa­ron más de 4,000 per­so­nas, en­tre ellas los ca­si 300 obis­pos con­vo­ca­dos pa­ra in­ter­ve­nir en el Sí­no­do.

Fran­cis­co re­cor­dó que a Je­sús lo qui­sie­ron ha­cer caer en una tram­pa y ha­cer­lo que­dar mal an­te una mul­ti­tud de ju­díos, que prac­ti­ca­ba el di­vor­cio co­mo una rea­li­dad con­so­li­da­da e in­tan­gi­ble.

Pre­ci­só que Cris­to en­se­ñó que "Dios ben­di­ce el amor hu­ma­no", es él quien une los co­ra­zo­nes de dos per­so­nas que se aman "en la in­di­so­lu­bi­li­dad" y que el ob­je­ti­vo de la vi­da con­yu­gal no es só­lo vi­vir jun­tos, si­no tam­bién "amar­se pa­ra siem­pre".

"Es­te es el sue­ño de Dios pa­ra su cria­tu­ra pre­di­lec­ta: ver­la rea­li­za­da en la unión de amor en­tre hom­bre y mu­jer; fe­liz en el ca­mi­no co­mún, fe­cun­da en la do­na­ción re­cí­pro­ca", sos­tu­vo.

"Lo que Dios ha uni­do, que no lo se­pa­re el hom­bre. Es una ex­hor­ta­ción a los cre­yen­tes a su­pe­rar to­da for­ma de in­di­vi­dua­lis­mo y de le­ga­lis­mo, que es­con­de un mez­qui­no egoís­mo y el mie­do de acep­tar el sig­ni­fi­ca­do au­tén­ti­co de la pa­re­ja y de la se­xua­li­dad hu­ma­na en el plan de Dios", con­ti­nuó.

Más ade­lan­te, cri­ti­có que el amor "du­ra­de­ro, fiel, rec­to, es­ta­ble, fér­til" sea ca­da vez más ob­je­to de bur­la, con­si­de­ra­do co­mo al­go an­ti­cua­do.

Cons­ta­tó que ca­da vez exis­te me­nos se­rie­dad pa­ra lle­var ade­lan­te una re­la­ción só­li­da y fe­cun­da de amor: en la sa­lud y en la en­fer­me­dad, en la ri­que­za y en la po­bre­za, en la bue­na y en la ma­la suer­te.

Pa­ra el lí­der ca­tó­li­co, el dra­ma de la so­le­dad afli­ge a mu­chos en la ac­tua­li­dad. Des­de los an­cia­nos aban­do­na­dos in­clu­so por sus se­res que­ri­dos y sus pro­pios hi­jos has­ta los hom­bres y mu­je­res de­ja­dos por su pro­pia es­po­sa y por su pro­pio ma­ri­do.

De­nun­ció la "pa­ra­do­ja del mun­do glo­ba­li­za­do" don­de so­bran las ca­sas de lu­jo, pe­ro ca­da vez hay me­nos ca­lor de ho­gar".

"Son ca­da vez más las per­so­nas que se sien­ten so­las, y las que se en­cie­rran en el egoís­mo, en la me­lan­co­lía, en la vio­len­cia des­truc­ti­va y en la es­cla­vi­tud del pla­cer y del dios di­ne­ro", des­cri­bió.

Pa­ra el Obis­po de Ro­ma, en es­te di­fí­cil con­tex­to so­cial y ma­tri­mo­nial, la Igle­sia es­tá lla­ma­da a vi­vir su mi­sión de­fen­dien­do el "amor fiel", la "sa­cra­li­dad de to­da vi­da", la "uni­dad y la in­di­so­lu­bi­li­dad del vin­cu­lo con­yu­gal co­mo sig­no de la gra­cia de Dios" y la "ca­pa­ci­dad del hom­bre de amar en se­rio".

Ad­vir­tió que es­tas ver­da­des no pue­den cam­biar "se­gún las mo­das pa­sa­je­ras o las opi­nio­nes do­mi­nan­tes" y pro­te­gen al hom­bre de la ten­ta­ción de trans­for­mar el "amor fe­cun­do en egoís­mo es­té­ril" y "la unión fiel en vin­cu­lo tem­po­ral".

Pe­ro, al mis­mo tiem­po, acla­ró que la Igle­sia "no se­ña­la con el de­do pa­ra juz­gar a los de­más", si­no que "se sien­te en el de­ber de bus­car y cu­rar a las pa­re­jas he­ri­das con el acei­te de la aco­gi­da y de la mi­se­ri­cor­dia".

Por eso, lla­mó ha­cer de la Igle­sia un "hos­pi­tal de cam­po", con las puer­tas abier­tas pa­ra aco­ger a quien lla­ma pi­dien­do ayu­da y apo­yo; pa­ra sa­lir del pro­pio re­cin­to ha­cia los de­más con amor ver­da­de­ro, pa­ra ca­mi­nar con la hu­ma­ni­dad he­ri­da, pa­ra in­cluir­la y con­du­cir­la a la fuen­te de la sal­va­ción
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