Rezan por que jefes delegacionales trabajen en bien de capitalinos, sin interés personal o político

lunes, 5 de octubre de 20150 comentarios



Pa­tri­cia Ca­rras­co

En la mi­sa do­mi­ni­cal en la Ca­te­dral Me­tro­po­li­ta­na se ele­vó una ora­ción por los 16 je­fes de­le­ga­cio­nes que es­ta se­ma­na ini­cia­ron sus ac­ti­vi­da­des en el Dis­tri­to Fe­de­ral, pa­ra que li­bres de to­do de­seo per­so­nal y po­lí­ti­co pue­dan bus­car y pro­mo­ver el ver­da­de­ro bien de ca­da ciu­da­da­no y tra­ba­jen por la jus­ti­cia y la paz en sus de­mar­ca­cio­nes.

Tam­bién se re­zó por los obis­pos y pa­dres reu­ni­dos en Ro­ma pa­ra el Sí­no­do Or­di­na­rio pa­ra la Fa­mi­lia -que el Pa­pa Fran­cis­co inau­gu­ró con una mi­sa en la ba­sí­li­ca de San Pe­dro, cu­yo en­cuen­tro bus­ca ana­li­zar el rol de la fa­mi­lia en la ac­tua­li­dad-; y en es­pe­cial por el car­de­nal Nor­ber­to Ri­ve­ra Ca­rre­ra, pa­ra que guia­dos por el es­pí­ri­tu San­to, es­cru­ten con fe y sa­bi­du­ría la vo­lun­tad del pa­dre y con­duz­can a los her­ma­nos en el au­tén­ti­co se­gui­mien­to de Je­sús.

En au­sen­cia del Car­de­nal Ri­ve­ra, quien se en­cuen­tra en el Va­ti­ca­no, el ca­nó­ni­go y teó­lo­go Ju­lián Ar­tu­ro Ló­pez Amo­zu­rru­tia, en­ca­be­zó la ora­ción de los fie­les y ahí se oró por los jó­ve­nes y pa­re­jas que pron­to van a re­ci­bir el sa­cra­men­to del ma­tri­mo­nio, pa­ra que agra­de­ci­dos por el don de la vi­da y el amor, pue­dan des­cu­brir la be­lle­za de la ge­ne­ro­si­dad y la fi­de­li­dad y es­tén siem­pre dis­pues­tos al sa­cri­fi­cio y al per­dón.

Los fie­les pre­sen­tes tam­bién pi­die­ron por las fa­mi­lias que ex­pe­ri­men­tan tri­bu­la­ción y su­fri­mien­to, pa­ra que con­so­la­dos por la gra­cia de Dios y por el apo­yo de la fa­mi­lia, ami­gos e ins­ti­tu­cio­nes pue­dan des­cu­brir la paz y la es­pe­ran­za.

En su ho­mi­lía, el ca­nó­ni­go de la Ca­te­dral Me­tro­po­li­ta­na de Mé­xi­co, co­men­tó que Je­sús no par­te de una con­cep­ción del ma­tri­mo­nio co­mo con­tra­to eco­nó­mi­co, si­no de la dig­ni­dad de las per­so­nas vis­lum­bra­das des­de el pro­yec­to ori­gi­nal de Dios. 

Las pa­la­bras de Je­sús no dan lu­gar pa­ra las con­fu­sio­nes... "Por eso, de­ja­rá el hom­bre a su pa­dre y a su ma­dre y se uni­rá a su es­po­sa y se­rán los dos una so­la car­ne. De mo­do que ya no son dos, si­no una so­la car­ne. Por eso, lo que Dios unió, que no lo se­pa­re el hom­bre". Ya en ca­sa, los dis­cí­pu­los le vol­vie­ron a pre­gun­tar so­bre el asun­to. Je­sús les di­jo: "si uno se di­vor­cia de su es­po­sa y se ca­sa con otra, co­me­te adul­te­rio con­tra la pri­me­ra. Y si ella se di­vor­cia de su ma­ri­do y se ca­sa con otro, co­me­te adul­te­rio".

Si el di­vor­cio es frac­tu­ra de la úni­ca car­ne que se ha cons­ti­tui­do por el ma­tri­mo­nio, el vol­ver­se a ca­sar se equi­pa­rá al adul­te­rio, una prác­ti­ca del sen­ti­do co­mún se co­no­ce co­mo trai­cio­ne­ra. 

Se acer­ca­ron a Je­sús unos fa­ri­seos y le pre­gun­ta­ron, pa­ra po­ner­lo a prue­ba: "¿le es lí­ci­to a un hom­bre di­vor­ciar­se de su es­po­sa?". Él les res­pon­dió: "¿qué les pres­cri­bió Moi­sés?". Ellos con­tes­ta­ron: "Moi­sés nos per­mi­tió el di­vor­cio me­dian­te la en­tre­ga de un ac­ta de di­vor­cio a la es­po­sa". Je­sús les di­jo: "Moi­sés pres­cri­bió es­to, de­bi­do a la du­re­za del co­ra­zón de us­te­des".

Pe­ro des­de el prin­ci­pio, al crear­los, Dios los hi­zo hom­bre y mu­jer. Des­pués de es­to, la gen­te le lle­vó a Je­sús unos ni­ños pa­ra que los to­ca­ra, pe­ro los dis­cí­pu­los tra­ta­ban de im­pe­dir­lo. Al ver aque­llo, Je­sús se dis­gus­tó y les di­jo: "de­jen que los ni­ños se acer­quen a mí y no se lo im­pi­dan, por­que el Rei­no de Dios es de los que son co­mo ellos. 

Les ase­gu­ro que el que no re­ci­ba el Rei­no de Dios co­mo un ni­ño, no en­tra­rá en él". Des­pués to­mó en bra­zos a los ni­ños y los ben­di­jo im­po­nién­do­les las ma­nos.

Cuan­do la tram­pa del di­vor­cio pa­re­ce una so­lu­ción rá­pi­da a mu­chos pro­ble­mas, ape­lar al prin­ci­pio vuel­ve a ser el úni­co ca­mi­no se­gu­ro, pa­ra res­ca­tar a la hu­ma­ni­dad en su dig­ni­dad pri­mi­ge­nia.

Ló­pez Amo­zu­rru­tia ex­pli­có: "Je­sús no cae en la tram­pa de los fa­ri­seos, y pa­ra ello, dis­tin­gui­rá la ori­gi­na­ria in­ten­ción de Dios, quien ha que­ri­do una unión in­di­so­lu­ble en­tre el hom­bre y la mu­jer. Moi­sés ha­bía per­mi­ti­do la en­tre­ga de una car­ta de di­vor­cio pa­ra tu­te­lar a la mu­jer de la men­di­ci­dad o de la pros­ti­tu­ción. 

"El amor en­tre un hom­bre y una mu­jer es una rea­li­dad san­ta y ma­ra­vi­llo­sa. To­da trai­ción y adul­te­rio no so­la­men­te las­ti­ma el amor pro­me­ti­do y pro­vo­ca do­lor en sus pri­me­ras víc­ti­mas -los hi­jos-, si­no que Dios mis­mo es ig­no­ra­do y su pro­yec­to pi­so­tea­do".

El amor en­tre un hom­bre y una mu­jer es fuen­te de ale­gría, paz, man­se­dum­bre, be­ne­vo­len­cia, ge­ne­ro­si­dad, ter­nu­ra, so­li­da­ri­dad y ca­ri­dad. En el amor, el hom­bre y la mu­jer en­cuen­tran la au­tén­ti­ca ple­ni­tud de un "tú" que se abre y se do­na a otro "tú" pa­ra for­mar un "no­so­tros": "una so­la car­ne". Ayu­da, Se­ñor, a los es­po­sos pa­ra que asu­man su ma­tri­mo­nio cris­tia­no en una pa­ter­ni­dad y ma­ter­ni­dad res­pon­sa­bles, sig­nos de co­mu­nión y de mi­sión que con­so­li­dan la Igle­sia do­més­ti­ca. "Lo que Dios unió, que no lo se­pa­re el hom­bre"
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