
Patricia Carrasco
Al celebrar el Domingo de Ramos, con las palmas en las manos, la Iglesia Católica invitó a los feligreses que en esta Semana Santa vivan su fe con devoción, se fortalezca su fe, reflexionen sobre la situación delpaís y se busque la reconciliación.
En la misa dominical en la Catedral Metropolitana, se elevó una oración por las 36 personas fallecidas en un accidente carretero la madrugada de ayer domingo en Veracruz, donde un autobús chocó y se incendió.
Así como por las personas que fallecieron en los incendios forestales en Chile, para que Dios padre de todo consuelo, les otorgue el perdón de sus pecados y puedan participar en la resurrección que Cristo ha prometido.
Se oró por la paz, en las familias y entre las naciones que viven en conflictos, para que descubran el perdón que lleva a la paz.
El tiempo de preparación cuaresmal terminó y este domingo comenzó la Semana Santa; comentó el cardenal primado de México, minutos antes de celebrar la misa de Domingo de Ramos y de bendecir las palmas de los fieles católicos afuera de la Catedral Metropolitana.
En su mensaje, el prelado resaltó que luego de haber preparado nuestros corazones desde el principio de la Cuaresma con nuestra penitencia y nuestras obras de caridad, hoy nos reunimos para iniciar unidos con toda la Iglesia la celebración anual del ministerio Pascual, es decir, de la pasión, muerte y resurrección de nuestro señor Jesucristo.
Recordó que con el Domingo de Ramos se inicia en forma solemne la Semana Santa, que culminará con la Pascua de Resurrección. Esta celebración también significa para los cristianos hacer memoria de la entrada de Jesucristo a Jerusalén.
Expresó que la alegría de las palmas lleva consigo la mezcla de la amargura por el desconocimiento y el odio hacia Cristo.
Mientras el pueblo sencillo grita "¡Hosanna!", porque está convencido que la esperada salvación está llegando en Jesús, hay quien no alcanza a comprender y reduce a Cristo a un simple profeta que viene de Nazareth, de donde nada bueno puede salir.
En el anuncio de la pasión que hemos escuchado, se entrelazan la aceptación gozosa de la salvación y el rechazo criminal que lleva al inocente a la muerte más cruel; la fe y la incredulidad se encuentran y se desencuentran ante Cristo.
Pero Cristo permanece para siempre y para todos, para la multitud y para la "hija de Sión".
"La aparente contradicción que se da entre la primera lectura que escuchábamos en el atrio de la catedral, donde se nos narra la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, y la lectura de la pasión, en donde se nos describen los dolores y la muerte del Salvador, se deshace, o al menos se comprende mejor, si entendemos el mesianismo de Jesús, si precisamos en qué consiste la misión que el Padre le encomendó", indicó.
"El mesianismo de Jesús es totalmente ajeno a esta concepción, ya que su horizonte no es el triunfo personal, ni la conquista política y social, y mucho menos el dominio por la fuerza.
Su mesianismo va a lo profundo del ser humano, a salvarlo del pecado, a liberarlo de toda clase de esclavitudes, a darle trascendencia llevándolo hasta la vida eterna.
Evidentemente este mesianismo trae profundas transformaciones, ya que se establece en el corazón del hombre, conlleva cambios profundos y penetra las culturas en su misma raíz, pero por ningún motivo se puede concebir como competencia o intromisión en el poder del César.
En la misa dominical en la Catedral Metropolitana, se elevó una oración por las 36 personas fallecidas en un accidente carretero la madrugada de ayer domingo en Veracruz, donde un autobús chocó y se incendió.
Así como por las personas que fallecieron en los incendios forestales en Chile, para que Dios padre de todo consuelo, les otorgue el perdón de sus pecados y puedan participar en la resurrección que Cristo ha prometido.
Se oró por la paz, en las familias y entre las naciones que viven en conflictos, para que descubran el perdón que lleva a la paz.
El tiempo de preparación cuaresmal terminó y este domingo comenzó la Semana Santa; comentó el cardenal primado de México, minutos antes de celebrar la misa de Domingo de Ramos y de bendecir las palmas de los fieles católicos afuera de la Catedral Metropolitana.
En su mensaje, el prelado resaltó que luego de haber preparado nuestros corazones desde el principio de la Cuaresma con nuestra penitencia y nuestras obras de caridad, hoy nos reunimos para iniciar unidos con toda la Iglesia la celebración anual del ministerio Pascual, es decir, de la pasión, muerte y resurrección de nuestro señor Jesucristo.
Recordó que con el Domingo de Ramos se inicia en forma solemne la Semana Santa, que culminará con la Pascua de Resurrección. Esta celebración también significa para los cristianos hacer memoria de la entrada de Jesucristo a Jerusalén.
Expresó que la alegría de las palmas lleva consigo la mezcla de la amargura por el desconocimiento y el odio hacia Cristo.
Mientras el pueblo sencillo grita "¡Hosanna!", porque está convencido que la esperada salvación está llegando en Jesús, hay quien no alcanza a comprender y reduce a Cristo a un simple profeta que viene de Nazareth, de donde nada bueno puede salir.
En el anuncio de la pasión que hemos escuchado, se entrelazan la aceptación gozosa de la salvación y el rechazo criminal que lleva al inocente a la muerte más cruel; la fe y la incredulidad se encuentran y se desencuentran ante Cristo.
Pero Cristo permanece para siempre y para todos, para la multitud y para la "hija de Sión".
"La aparente contradicción que se da entre la primera lectura que escuchábamos en el atrio de la catedral, donde se nos narra la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, y la lectura de la pasión, en donde se nos describen los dolores y la muerte del Salvador, se deshace, o al menos se comprende mejor, si entendemos el mesianismo de Jesús, si precisamos en qué consiste la misión que el Padre le encomendó", indicó.
"El mesianismo de Jesús es totalmente ajeno a esta concepción, ya que su horizonte no es el triunfo personal, ni la conquista política y social, y mucho menos el dominio por la fuerza.
Su mesianismo va a lo profundo del ser humano, a salvarlo del pecado, a liberarlo de toda clase de esclavitudes, a darle trascendencia llevándolo hasta la vida eterna.
Evidentemente este mesianismo trae profundas transformaciones, ya que se establece en el corazón del hombre, conlleva cambios profundos y penetra las culturas en su misma raíz, pero por ningún motivo se puede concebir como competencia o intromisión en el poder del César.
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