Raúl Macías, Enviado
ZAMORA, Mich.- El albergue "La Gran Familia", ese lugar en donde niños, niñas, jóvenes y adultos eran violentados a golpes y sexualmente ha quedado mudo; las paredes guardan miles de historias que sucedieron a lo largo de 40 años; en el patio, un caballito de plástico en donde se encontraba montado un puerquito de peluche y a un lado el zapato olvidado de un infante, era lo menos de lo peor que ahí sucedió.
En un recorrido realizado por LA PRENSA, se entró a las entrañas de ese lugar; desde la calle su fachada invita a pensar en lo peor; ya en su interior, lo que se ve de fuera, no es ni una milésima de las condiciones en que vivían 600 seres humanos; lo hacían entre ratas, cucarachas, tijerillas y barrotes, no le envidiaban nada a las peores prisiones: ésta realmente era una cárcel, pero disfrazada de albergue.
Conocimos "El Pinocho", un pequeño cuarto en donde encerraban con candado a quienes se portaran mal. El olor era insoportable, y fue por unos minutos, mientras que se dice que a los niños y niñas les encerraban de las 6:00 a las 18:00 horas. Eran doce horas de suplicio, de amargura y dolor; más que por los golpes físicos, porque donde realmente afectaban era en lo psicológico.
Las "habitaciones", que variaban en medida, eran ocupadas hasta por 30 personas; dos en cada una de las literas, el resto en el suelo; a ras de piso, a corazón abierto por la humillación, por la interminable agonía de sus débiles corazones que tenían que soportar todo tipo de vejaciones sin posibilidad de defenderse.
Su vida no cambiaba, seguían viviendo sin amor, sin cariño de quienes los procrearon, porque en su mayoría, niñas y niños habían sido dejados ahí para siempre por quienes se suponía tenían la obligación de velar por ellos.
ZAMORA, Mich.- El albergue "La Gran Familia", ese lugar en donde niños, niñas, jóvenes y adultos eran violentados a golpes y sexualmente ha quedado mudo; las paredes guardan miles de historias que sucedieron a lo largo de 40 años; en el patio, un caballito de plástico en donde se encontraba montado un puerquito de peluche y a un lado el zapato olvidado de un infante, era lo menos de lo peor que ahí sucedió.
En un recorrido realizado por LA PRENSA, se entró a las entrañas de ese lugar; desde la calle su fachada invita a pensar en lo peor; ya en su interior, lo que se ve de fuera, no es ni una milésima de las condiciones en que vivían 600 seres humanos; lo hacían entre ratas, cucarachas, tijerillas y barrotes, no le envidiaban nada a las peores prisiones: ésta realmente era una cárcel, pero disfrazada de albergue.
Conocimos "El Pinocho", un pequeño cuarto en donde encerraban con candado a quienes se portaran mal. El olor era insoportable, y fue por unos minutos, mientras que se dice que a los niños y niñas les encerraban de las 6:00 a las 18:00 horas. Eran doce horas de suplicio, de amargura y dolor; más que por los golpes físicos, porque donde realmente afectaban era en lo psicológico.
Las "habitaciones", que variaban en medida, eran ocupadas hasta por 30 personas; dos en cada una de las literas, el resto en el suelo; a ras de piso, a corazón abierto por la humillación, por la interminable agonía de sus débiles corazones que tenían que soportar todo tipo de vejaciones sin posibilidad de defenderse.
Su vida no cambiaba, seguían viviendo sin amor, sin cariño de quienes los procrearon, porque en su mayoría, niñas y niños habían sido dejados ahí para siempre por quienes se suponía tenían la obligación de velar por ellos.
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