Miles, sin Navidad

miércoles, 24 de diciembre de 20140 comentarios



Raúl Ma­cías

Las cuen­tas no cua­dran, es más, ni es­ti­ran­do el gas­to se al­can­za­ría a te­ner una ce­na dig­na es­ta no­che. Mu­cha gen­te, es de­cir, pa­ra mi­les se­rán 24 ho­ras de ham­bre, do­lor y de­ses­pe­ra­ción; no que­da­rá más que ir a una es­qui­na, es­ta­ción del Me­tro o igle­sia, apos­tar­se en las es­ca­le­ras -con la ma­no es­ti­ran­do un bo­te de alu­mi­nio o una jí­ca­ra de plás­ti­co- es­pe­ran­do la mo­ne­da de­sea­da.

El pa­vo, ro­me­ri­tos y de­más ali­men­tos tra­di­cio­na­les de Na­vi­dad es­ta­rán en los sue­ños so­la­men­te. Las po­cas mo­ne­das que lo­gren con­se­guir les per­mi­ti­rán, tal vez, lle­var a su ca­sa "pa' los fri­jo­li­tos". Ese do­lor no se­rá so­la­men­te de quie­nes vi­ven de las li­mos­nas, tam­bién es­ta­rá en la ca­sa de mi­llo­nes de hu­mil­des obre­ros que no vi­ven, so­bre­vi­ven con un suel­do mí­ni­mo.

Hoy, en las ca­lles se ve­rá a ni­ños, ado­les­cen­tes, jo­ven­ci­tas y adul­tos ma­yo­res deam­bu­lan­do y so­li­ci­tan­do una mo­ne­da. El ir y ve­nir de la gen­te rea­li­zan­do sus com­pras se con­ver­ti­rá en la ima­gen de la fe­li­ci­dad; "fe­li­ci­dad que ellos no pue­den lo­grar, por­que en sus vi­vien­das se res­pi­ra ham­bre, do­lor; pe­ro so­bre to­do, an­gus­tia por no dar­le de co­mer a sus se­res ama­dos".

No­che de paz y de her­man­dad, se di­ce, o se ha di­cho des­de siem­pre, pe­ro to­do pa­re­ce in­di­car que só­lo se apli­ca en las no­ches, por­que las ma­ña­nas y tar­des la ava­ri­cia, el des­dén son la do­ble ca­ra a apli­car; sin em­bar­go, hu­mil­des y con la hue­lla del ham­bre re­fle­ja­da en sus ros­tros, cien­tos de per­so­nas sal­drán a las ca­lles a pe­dir una li­mos­na, una ca­ri­dad, aun­que en vez de eso re­ci­ban el des­pre­cio de la gen­te.

Pa­sa­rán las ho­ras, pa­so a pa­so, lá­gri­ma a lá­gri­ma, se­gui­rán re­co­rrien­do las ca­lles; vien­do có­mo en res­tau­ran­tes y en otros lu­ga­res la gen­te se ve fe­liz, por­que se dan "la gran ce­na na­vi­de­ña". El can­san­cio y el sue­ño les ha­rán vol­ver a su tris­te rea­li­dad: la po­bre­za que han vi­vi­do des­de que lle­ga­ron del pue­blo a la ciu­dad, por­que aban­do­na­ron sus tie­rras, pe­ro no la po­bre­za.

Ma­ña­na su día no se­rá fes­ti­vo, se­gui­rán en la men­di­ci­dad, en la lim­pie­za de pa­ra­bri­sas o con glo­bos en las "pom­pis" ha­cien­do ma­la­ba­res en los cru­ce­ros, eso sí arries­gan­do su vi­da an­te tan­to lo­co que no res­pe­ta los se­ña­la­mien­tos via­les; tal vez, al­gún día, se­rán el re­por­te po­li­cia­co, una es­ta­dís­ti­ca más de muer­te de un in­di­gen­te por frío o atro­pe­lla­do por "tra­ba­jar" en los se­má­fo­ros
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