Oran por comunicadores; "los callan" por informar

lunes, 10 de agosto de 20150 comentarios

** Durante la misa dominical los fieles se unieron para elevar una plegaria por to­dos los pe­rio­dis­tas, re­por­te­ros, ca­ma­ró­gra­fos y fo­tó­gra­fos, que han si­do ase­si­na­dos en el ejer­ci­cio de su la­bor


Pa­tri­cia Ca­rras­co


Los fie­les reu­ni­dos en la Ca­te­dral Me­tro­po­li­ta­na ele­va­ron una ora­ción por to­dos los pe­rio­dis­tas, re­por­te­ros, ca­ma­ró­gra­fos, fo­tó­gra­fos y to­dos los que en el ejer­ci­cio de la la­bor in­for­ma­ti­va han si­do ase­si­na­dos en la bús­que­da de la ver­dad, "pa­ra que Cris­to, el co­mu­ni­ca­dor por ex­ce­len­cia, los re­ci­ba en su rei­no y go­cen de la paz eter­na".

En su ho­mi­lía, el car­de­nal Nor­ber­to Ri­ve­ra aler­tó: "mu­chos de no­so­tros con fre­cuen­cia nos cen­tra­mos, me­te­mos o es­ta­mos en cri­sis exis­ten­cia­les, y sa­be­mos que ca­da día cre­ce el nú­me­ro de aque­llos que se qui­tan la vi­da por esa de­ses­pe­ra­ción".

Ex­pu­so que "la cri­sis de fe, la cri­sis dra­má­ti­ca de Elías, la cri­sis del pue­blo en el de­sier­to, nues­tras cri­sis exis­ten­cia­les, só­lo se pue­den su­pe­rar abrién­do­se a la voz del Pa­dre que ha­bla en el in­te­rior, en lo más ín­ti­mo". 

El pre­la­do ci­tó que la fe es un don, no es una con­quis­ta de la cien­cia. La fe es un "lla­ma­do", es es­cu­char la voz del Pa­dre que nos ha­bla por su Hi­jo Je­su­cris­to, es una obra de Dios. "No mur­mu­ren. Na­die pue­de ve­nir a mí si no lo trae el Pa­dre, que me ha en­via­do... To­do aquel que es­cu­cha al Pa­dre y apren­de de él, se acer­ca a mí... y yo les ase­gu­ro que el que cree en mí, tie­ne vi­da eter­na". 

Te­ne­mos que pe­dir­le al Pa­dre que nos ha­ble, le te­ne­mos que pe­dir la ca­pa­ci­dad y dis­po­si­ción de es­cu­char­lo, te­ne­mos que ro­gar­le que cuan­do lo ha­ya­mos es­cu­cha­do po­da­mos ha­cer lo que él nos pi­de. 

En la ora­ción a los fie­les se re­zó tam­bién por el Pa­pa Fran­cis­co, obis­pos y sa­cer­do­tes. Por to­dos los pue­blos del mun­do "pa­ra que nun­ca les fal­te el ali­men­to del cuer­po y siem­pre pue­dan dis­po­ner del ali­men­to del al­ma".

An­te los ca­tó­li­cos pre­sen­tes en la mi­sa do­mi­ni­cal, ex­pu­so que la li­tur­gia de es­te do­min­go nos pre­pa­ra pa­ra com­pren­der me­jor el evan­ge­lio, pre­sen­tán­do­nos la na­rra­ción del pan "an­gé­li­co" que se le ofre­ció a Elías cuan­do en el de­sier­to sin­tió que mo­ría: "le­ván­ta­te y co­me, por­que aún te que­da un lar­go ca­mi­no. Elías se le­van­tó. Co­mió y be­bió. Y con la fuer­za de aquel ali­men­to, ca­mi­nó 40 días y 40 no­ches has­ta lle­gar al Ho­reb, el mon­te de Dios", in­di­có.

Elías su­fre una cri­sis en su vo­ca­ción que lle­ga has­ta el pá­ni­co y el de­seo de la muer­te: "bas­ta ya Se­ñor. Quí­ta­me la vi­da". Es la cri­sis del Pue­blo de Is­rael en el de­sier­to que lle­ga a "mur­mu­rar" de Yah­vé su sal­va­dor. En la na­rra­ción evan­gé­li­ca, la cri­sis de fe y la mur­mu­ra­ción es con­tra Je­sús, por­que ha­bía di­cho: "yo soy el pan vi­vo que ha ba­ja­do del cie­lo". 

Es la in­cre­du­li­dad con­tra la en­car­na­ción de Cris­to, es el es­cán­da­lo por su hu­ma­ni­dad que con­tra­di­ce y ha­ce apa­re­cer ab­sur­da la re­ve­la­ción que les ha he­cho de ser el "pan vi­vo ba­ja­do del cie­lo". 

La fe de la Igle­sia pro­fe­sa­da en los con­ci­lios ya des­de los pri­me­ros si­glos la se­gui­mos pro­fe­san­do do­min­go tras do­min­go, de­jan­do en cla­ro que en Je­su­cris­to só­lo hay un so­lo "yo" per­so­nal, en don­de se unen los dos po­los, de Je­sús hom­bre y de Cris­to Dios. 

Al mis­mo tiem­po, que acep­ta­mos es­ta bio­gra­fía del hom­bre Je­sús, co­mo la más es­tu­dia­da y con­fir­ma­da his­tó­ri­ca­men­te, la fe cris­tia­na nos in­vi­ta a ver en él al Hi­jo eter­no de Dios: "yo soy el pan vi­vo ba­ja­do del cie­lo", "el que vie­ne de Dios", "el en­via­do del Pa­dre". 

Co­mer a Cris­to es di­ge­rir la ver­dad de su en­se­ñan­za y ha­cer lo que él nos en­se­ñó. Co­mer a Cris­to es acep­tar el amor del Pa­dre que él nos vi­no a re­ve­lar y amar a nues­tro pró­ji­mo co­mo él nos amó. Mu­cho más allá del Je­sús lí­der hu­ma­no, es­tá el Cris­to Cor­de­ro de Dios que qui­ta el pe­ca­do del mun­do.

La aper­tu­ra a Dios nos lle­va ne­ce­sa­ria­men­te a la vi­da. Es­te es un te­ma do­mi­nan­te en la na­rra­ción de Elías y en la na­rra­ción evan­gé­li­ca: Elías es­cu­chó la voz del án­gel y co­mió y be­bió y con la fuer­za del ali­men­to atra­ve­só el de­sier­to.
 
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