Las catequesis callejeras de Francisco

lunes, 15 de febrero de 20160 comentarios

Es la segunda noche y el Papa mostró una deferencia especial para todos los peregrinos de la parroquia callejera de la calle de san Juan Pablo II. El asfalto es la losa del templo donde unos se arrodillan y otros inclinan la cabeza.

Un punto estratégico de los fieles es la calle de Juan Pablo II donde está la sede diplomática del Estado Vaticano. Como fue con el Pontífice de Polonia, cientos de personas se congregan para cantar, apostados y pendientes en cuanto los portones abren para ver a la comitiva de seguridad lista para iniciar los recorridos del Papa en la Ciudad de México. Ahí están mujeres y niños, ancianos y enfermos con energía y vitalidad sobrenaturales a pesar de las dolencias, con esperanzas, sueños y lograr momentos distintos que alteren la rutina, para abrir otras puertas ante los difíciles momentos de la vida, agobiados por la enfermedad o la derrota espiritual y asirse de nuevas posibilidades para salir adelante.
 
Es la segunda noche y el Papa mostró una deferencia especial para todos los peregrinos de la parroquia callejera de la calle de san Juan Pablo II. El asfalto es la losa del templo donde unos se arrodillan y otros inclinan la cabeza. Las miradas brillan cuando el hombre vestido de blanco sale del protocolo poniendo a un lado las barreras y acercarse a los fieles de ese templo edificado frente a las puertas de la nunciatura apostólica. La primera noche, después de la recepción en el aeropuerto, Francisco saludó como sintiéndose en la obligación moral de salir de la casa cural y atender a los parroquianos. Parece que los encuentros informales en la calle van siendo los discursos paralelos a los de los grandes eventos en las distintas ciudades. Esa primera noche Francisco recordó la oportunidad que todos tenemos de perdonar y tener presentes a los que nos han hecho daño; la mejor fórmula es vivir sin resentimientos, en paz y rogar a Dios, Él curará las heridas hechas por la maldad. Anoche, después de la emotiva celebración en Basílica de Guadalupe, volvió la catequesis callejera para confortar y hacer sonreír entre bromas y oración. Si el primer tema estuvo dedicado al perdón, ahora hay que tener presentes las necesidades y problemas de los demás por intercesión de la Virgen de Guadalupe. La algarabía dio paso al silencio ante la voz con acento argentino, un Pontífice natural como el más sencillo de los párrocos que quiere tocar el alma de su gente, apaciguar el enojo, motivar la paz y devolver el sentido de esperanza.
 
Cada persona en la nunciatura, abrazados por el "padre Jorge" o los que sólo lo escucharon a la lejanía, tuvieron sosiego y satisfechos volvieron a casa o siguieron ahí entre cantos y fiesta. Sabían que el Papa descansaría y él mismo lo solicitó: "Serán días con muchas actividades", "hay que dejar descansar a los vecinos", la prueba de que el Obispo de Roma respeta y acoge a todos, creyentes y no creyentes. La espera valió la pena, esos mismos volverán a pesar del calor o frío, hambre o necesidades. Valió la pena escuchar al hombre que toca las fibras del drama humano, sus urgencias, vale la pena la espera para atender la homilía callejera del Papa porque lo que es un diálogo coloquial se convierte en oración medicinal.
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