NACIONES UNIDAS, N.Y., (OEM-EFE).- El genocidio de Ruanda sigue pesando 20 años después sobre la conciencia de la ONU, que ha admitido repetidamente su fracaso en la gestión de la tragedia y que ha basado en esa traumática experiencia gran parte de sus políticas posteriores.
Las alrededor de 800,000 víctimas que dejó la masacre están consideradas de forma casi unánime como una de las grandes manchas en la historia de las Naciones Unidas y de la comunidad internacional.
"Por desgracia, la ONU tiene un gran historial de fracasos en lo que respecta a prevenir matanzas y genocidios, desde Camboya en los años 70 a hoy en Sri Lanka o Siria. Pero Ruanda tiene un lugar especial ahí... Es probablemente el mayor y más histórico fracaso", asegura el director ejecutivo del Centro Global para la Responsabilidad de Proteger (CGRP), Además de por las dimensiones de la matanza, el recuerdo de Ruanda duele especialmente porque está aceptado de forma generalizada que la tragedia se pudo evitar.
Meses antes que el conflicto estallase el 6 de abril de 1994 con el asesinato del Presidente ruandés Juvenal Habyarimana, la ONU tenía ya avisos claros de la explosiva situación que se estaba gestando.
En enero de 1994, el entonces comandante de la misión de la ONU en el país, el general canadiense Romeo Dallaire, remitió un fax a los principales responsables de las Naciones Unidas tras descubrir que extremistas hutus estaban distribuyendo armas y organizando el exterminio de tutsis y hutus moderados.
Dallaire proponía utilizar el contingente de más de 2,000 "cascos azules" desplegados sobre el terreno para frenar el reparto de armas y prevenir las matanzas.
La respuesta desde la sede de la ONU fue clara: la misión debía mantenerse al margen y limitarse a cumplir su mandato.
"Hubo una total indiferencia y falta de voluntad política ante el genocidio", recuerda Adams, que trabajó en Ruanda tras la tragedia.
Sólo tres meses después de la alerta de Dallaire, la violencia se desataba cuando el avión del Presidente Habyarimana era derribado.
Al día siguiente, diez "cascos azules" belgas que protegían a la Primera Ministra Agathe Uwilingiyimana fueron asesinados junto con la dirigente, lo que llevó a Bruselas a ordenar la retirada de su contingente.
La matanza que siguió terminaría con la vida de entre medio y un millón de personas en poco más de tres meses, muchas de ellas asesinadas a machetazos por milicias y otros civiles. Todo ello, ante la inacción de la ONU.
Las alrededor de 800,000 víctimas que dejó la masacre están consideradas de forma casi unánime como una de las grandes manchas en la historia de las Naciones Unidas y de la comunidad internacional.
"Por desgracia, la ONU tiene un gran historial de fracasos en lo que respecta a prevenir matanzas y genocidios, desde Camboya en los años 70 a hoy en Sri Lanka o Siria. Pero Ruanda tiene un lugar especial ahí... Es probablemente el mayor y más histórico fracaso", asegura el director ejecutivo del Centro Global para la Responsabilidad de Proteger (CGRP), Además de por las dimensiones de la matanza, el recuerdo de Ruanda duele especialmente porque está aceptado de forma generalizada que la tragedia se pudo evitar.
Meses antes que el conflicto estallase el 6 de abril de 1994 con el asesinato del Presidente ruandés Juvenal Habyarimana, la ONU tenía ya avisos claros de la explosiva situación que se estaba gestando.
Dallaire proponía utilizar el contingente de más de 2,000 "cascos azules" desplegados sobre el terreno para frenar el reparto de armas y prevenir las matanzas.
La respuesta desde la sede de la ONU fue clara: la misión debía mantenerse al margen y limitarse a cumplir su mandato.
"Hubo una total indiferencia y falta de voluntad política ante el genocidio", recuerda Adams, que trabajó en Ruanda tras la tragedia.
Sólo tres meses después de la alerta de Dallaire, la violencia se desataba cuando el avión del Presidente Habyarimana era derribado.
Al día siguiente, diez "cascos azules" belgas que protegían a la Primera Ministra Agathe Uwilingiyimana fueron asesinados junto con la dirigente, lo que llevó a Bruselas a ordenar la retirada de su contingente.
La matanza que siguió terminaría con la vida de entre medio y un millón de personas en poco más de tres meses, muchas de ellas asesinadas a machetazos por milicias y otros civiles. Todo ello, ante la inacción de la ONU.
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