Los divorcios llegan a ser "mo­ral­men­te ne­ce­sa­rios"

jueves, 25 de junio de 20150 comentarios



CIU­DAD DEL VA­TI­CA­NO, (No­ti­mex).- El Pa­pa Fran­cis­co di­jo hoy que las se­pa­ra­cio­nes ma­tri­mo­nia­les, en al­gu­nos ca­sos son ine­vi­ta­bles e in­clu­so "mo­ral­men­te ne­ce­sa­rias", cuan­do se bus­ca evi­tar a los hi­jos he­ri­das más gra­ves por la pre­po­ten­cia, vio­len­cia, ex­plo­ta­ción e in­di­fe­ren­cia.

En su re­fle­xión se­ma­nal, du­ran­te la au­dien­cia de los miér­co­les an­te mi­les de per­so­nas en la Pla­za de San Pe­dro, Fran­cis­co con­si­de­ró que en al­gu­nos ca­sos la se­pa­ra­ción per­mi­te pro­te­ger al cón­yu­ge más dé­bil o a los hi­jos pe­que­ños.

De­di­có su ca­te­que­sis a ana­li­zar las con­se­cuen­cias del "va­cío del amor con­yu­gal" el cual, sos­tu­vo, di­fun­de re­sen­ti­mien­to en las re­la­cio­nes y ad­vir­tió que la ma­yo­ría de las ve­ces la dis­gre­ga­ción de las pa­re­jas "cae en­ci­ma a los hi­jos".

"Sa­be­mos bien que en nin­gu­na his­to­ria fa­mi­liar fal­tan los mo­men­tos en los cua­les la in­ti­mi­dad de los afec­tos más que­ri­dos es ofen­di­da por el com­por­ta­mien­to de sus miem­bros. Pa­la­bras, ac­cio­nes y omi­sio­nes que, en lu­gar de ex­pre­sar amor, lo sus­traen o, aún peor, lo mor­ti­fi­can", in­di­có.

Ase­gu­ró que cuan­do es­tas he­ri­das son des­cui­da­das se agra­van y se trans­for­man en pre­po­ten­cia, hos­ti­li­dad y des­pre­cio.

"Y en ese pun­to pue­den con­ver­tir­se en la­ce­ra­cio­nes pro­fun­das que di­vi­den a ma­ri­do y mu­jer, que in­du­cen a bus­car en otra par­te com­pren­sión, sos­tén y con­sue­lo. Pe­ro a me­nu­do es­tos 'apo­yos' no pien­san en el bien de la fa­mi­lia", aña­dió.

Más ade­lan­te la­men­tó que ac­tual­men­te, aun­que se ten­ga una sen­si­bi­li­dad abier­ta­men­te evo­lu­cio­na­da y re­fi­na­dos aná­li­sis psi­co­ló­gi­cos, se ig­no­ran las he­ri­das del al­ma de los ni­ños y se bus­ca com­pen­sar ese do­lor con re­ga­los y dul­ces.

Cues­tio­nó que se ha­ble mu­cho de pro­ble­mas de com­por­ta­mien­to, de sa­lud psí­qui­ca, de bie­nes­tar del ni­ño, de an­sia de los pa­dres y de los hi­jos, pe­ro no se se­pa bien lo que sig­ni­fi­ca una he­ri­das en el al­ma de un ni­ño.

"¿Sen­ti­mos el pe­so de la mon­ta­ña que aplas­ta el al­ma de un ni­ño, en las fa­mi­lias en las cua­les se tra­ta mal o se ha­ce mal, has­ta rom­per el vín­cu­lo de la fi­de­li­dad con­yu­gal? ¿Qué pe­so tie­ne en nues­tras elec­cio­nes, elec­cio­nes erra­das, por ejem­plo, en el al­ma de los ni­ños?", pre­gun­tó.

"Cuan­do los adul­tos pier­den la ca­be­za, cuan­do ca­da uno pien­sa en sí mis­mo, cuan­do pa­pá y ma­má se ha­cen da­ño, el al­ma de los ni­ños su­fre mu­cho, sien­te la de­ses­pe­ra­ción. Y son he­ri­das que de­jan mar­ca pa­ra to­da la vi­da", con­ti­nuó.

Pre­ci­só que en la fa­mi­lia to­do es­tá co­nec­ta­do y por eso cuan­do su al­ma es­tá he­ri­da en al­gún pun­to, la in­fec­ción con­ta­gia a to­dos.

Ad­vir­tió que cuan­do un hom­bre y una mu­jer, que se com­pro­me­tie­ron a ser "una so­la car­ne" y a for­mar una fa­mi­lia, pien­san ob­se­si­va­men­te en las pro­pias exi­gen­cias de li­ber­tad y gra­ti­fi­ca­ción, es­ta dis­tor­sión afec­ta pro­fun­da­men­te el co­ra­zón y la vi­da de los hi­jos
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