* Las familias dedicaron tiempo a limpiar los sepulcros para luego colocar flores y veladoras; algunas llevaron hasta mariachi y comida, que degustaron ahí junto a su ser querido, quien yace enterrado, y al final un adiós
Raúl Macías, Enrique Hernández y OEM-EF
Los camposantos estuvieron repletos de familias que honraron a los que han partido al mas allá; llevaron flores, veladoras, mariachi, y algunos, hasta degustaron la comida sobre la tumba de su ser querido.
Desde temprano, con escobas, cubos de agua, comida, bebida y muchas, muchas flores, las familias mexicanas acudieron al cementerio para engalanar la sepultura de sus seres queridos, en un Día de Muertos marcado por la felicidad del recuerdo y la tristeza de la ausencia.
María de Lourdes Lícona se despide de su padre, enterrado en el Panteón de Dolores, con un ligero y tierno adiós con la mano.
Antes rezó un padrenuestro y un avemaría, luego de encenderle un incienso y colmar la tumba de pétalos de cempasúchil, la flor amarilla típica del festejo.
"Le dije adiós, papi", explicó a María de Lourdes, quien perdió a su padre de niña, en 1953, y desde entonces sigue con esta tradición de raíces prehispánicas y católicas.
De pequeña le contaron "una leyenda", según la cual cuando los muertos se van a retirar, se les debe poner "agüita y pancito", así como rezarles y colocarles flores para evitar que se vayan "muy tristes", relató.
Acompañada de la esposa del fallecido y de sus hijas, llevan horas arreglando el sepulcro. Lo han cubierto de flores, dibujando con pétalos rojos una cruz en su centro y con varios ramos rodeándolo.
En este ritual, que el 1 de noviembre recuerda a los niños fallecidos y el 2 de noviembre a los adultos, existe la convicción de que, a unos pies bajo tierra y del otro lado de la vida, los difuntos escuchan, aconsejan y reconfortan.
"Hablamos con él y le pedimos que nos ayude en lo que tenemos que hacer (nosotros) desde fuera, para que nos apoye. Supuestamente así lo dijo Dios", contó Miguel Félix acompañado de su mujer, Josefina Reyes, en el lugar donde descansa su hijo, que murió atropellado hace 22 años.
Junto a él permanecerán unas dos o tres horas, guardando el recuerdo de este suceso que Josefina rememora todavía con mucha tristeza.
Este año lo hacen junto a sus nietas y la hija de una de ellas, que no levanta un palmo del suelo y va disfrazada y maquillada de catrina, calaveras vestidas de forma elegante y típicas de México
.
Publicar un comentario