Raúl Macías
Las tumbas se encontraban adornadas con juguetes, dulces, globos y flores, sus padres fueron a visitar a sus angelitos que partieron desde hace algunos meses o años; eran momentos de tristeza al recordar las horas, días, meses y años juntos, antes de que llegara el amargo adiós; la despedida que duele, el dolor que cada día se clava más en el corazón, pero ayer en los panteones se dieron la oportunidad de visitar a sus hijos fallecidos.
Era una mañana con algo de calorcito, pero no un calor dentro del corazón, porque ahí existe un gran iceberg desde que sus niños partieron a embellecer el cielo, al ser llamados para estar dentro del paraíso de los ángeles de Dios. Con flores en las manos fueron llegando hasta donde reposan los restos mortales de sus bebés, pero no iban solos, eran acompañados de otros niños.
No era nada fácil el comenzar a limpiar la tumba; las lágrimas rodaban por las mejillas de las madres y padres. De pronto una sonrisa se marcaba en sus rostros; era tal vez provocada por el recuerdo de lo vivido cuando sus niñas o niños comenzaron a gatear y luego a caminar, para ahí dar inicio a las pequeñas travesuras y a comenzar a descubrir la vida de ser angelitos.
Todo tenía que quedar pulcro, brillante como la luz emanada por el gran corazón de los bebés, era por ello que pasaban pedazos de trapo mojados sobre las tumbas; no importaba si eran de tabique y cemento o mármol; porque dentro del reino de Dios no existen ricos ni pobres, sino almas inocentes que fueron al cielo a volar con sus alitas que en la Tierra nadie podía ver.
Sus padres recordaban los días de felicidad y en las tumbas aledañas de los panteones, otros niños jugueteaban. Corrían y corrían, no se cansaban; parecía que jugaban con las almas de sus hermanitos o primos ya fallecidos, pero eran ellos quienes con su inocencia lograban, tal vez verlos. Y solamente hacían una pausa para tomar algo o comer unos dulces.
Los relojes no detenían su tiempo, las manecillas caminaban y el dolor más se clavaba, porque ya iba a ser el tiempo de tener que abandonar el panteón y regresar a casa con la tristeza de que termina el tiempo que se les da a los niños difuntos para venir a visitar a sus familiares, quienes en los días siguientes seguirán recordando todo lo vivido, y con la promesa de que el próximo año, volverán a visitarlos en sus tumbas
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