Por: Patricia Carrasco y Mario Martínez, Enviados, LA PRENSA
LEON, Guanajuato, 23 de marzo.- En un ambiente donde se mezcló la alegría y el llanto, descendió del avión el Papa Benedicto XVI. Su traje blanco deslumbraba como si se tratara de una luz celestial. Su rostro amable y sus ojos penetrantes miraban por todos los puntos cardinales al llegar al aeropuerto de Silao. Metros adelante era esperado por el Presidente Felipe Calderón Hinojosa y su esposa Margarita Zavala.
Cuando Benedicto tocó tierra azteca, los presentes, en su mayoría jóvenes, le gritaban al borde de las lágrimas: "somos los jóvenes del Papa". La fe se desbordó en el Estado de Guanajuato; los pequeños espacios donde llegaron desde temprano los fieles eran celosamente cuidados; no querían perder su lugar para ver pasar el papamóvil y recibir la bendición.
Lágrimas rodaban por las mejillas de los presentes; los niños eran alzados en vilo por sus padres. A lo largo del trayecto también estaban presentes quienes padecen algún tipo de enfermedad. Esperaban que por intercesión de Benedicto puedan obtener la sanación. Rezos por todas partes era lo que se escuchaba. Mujeres con un rosario en la mano elevaban sus plegarias a Dios.
La mirada penetrante del Papa recorría cada uno de los tramos por donde pasaba; hubo momentos en que se le vio sorprendido por las muestras de fe de los mexicanos que ya le aguardaban para hacerle ver que México es un país en donde los fieles rezan, lloran, pero también ríen y demuestran su fe. Y así fue a lo largo de los 38 kilómetros de la valla humana.
Pequeñines que se encontraban acompañados de sus padres veían pasar el rostro sonriente del sucesor de San Pedro. Benedicto XVI, levantaba la mano y daba la bendición a los presentes. Las gargantas no enmudecían, al contrario a cada centímetro del recorrido del Papa gritaban con más fuerza: "Papa hermano, ya eres mexicano", lo que hizo recordar a muchos al entrañable beato Juan Pablo II.
El corazón se desgarraba al ver que señoras de la tercera edad, con sus ojos ya sin brillo, lanzaban sus alabanzas al cielo y miraban el paso del convoy papal. Banderas de México y el Vaticano eran hondeadas como muestra de respeto. Este gesto era agradecido por Su Santidad al sonreírles cuando le gritaban "te amamos, Papa te amamos".
LEON, Guanajuato, 23 de marzo.- En un ambiente donde se mezcló la alegría y el llanto, descendió del avión el Papa Benedicto XVI. Su traje blanco deslumbraba como si se tratara de una luz celestial. Su rostro amable y sus ojos penetrantes miraban por todos los puntos cardinales al llegar al aeropuerto de Silao. Metros adelante era esperado por el Presidente Felipe Calderón Hinojosa y su esposa Margarita Zavala.
Cuando Benedicto tocó tierra azteca, los presentes, en su mayoría jóvenes, le gritaban al borde de las lágrimas: "somos los jóvenes del Papa". La fe se desbordó en el Estado de Guanajuato; los pequeños espacios donde llegaron desde temprano los fieles eran celosamente cuidados; no querían perder su lugar para ver pasar el papamóvil y recibir la bendición.
Lágrimas rodaban por las mejillas de los presentes; los niños eran alzados en vilo por sus padres. A lo largo del trayecto también estaban presentes quienes padecen algún tipo de enfermedad. Esperaban que por intercesión de Benedicto puedan obtener la sanación. Rezos por todas partes era lo que se escuchaba. Mujeres con un rosario en la mano elevaban sus plegarias a Dios.
La mirada penetrante del Papa recorría cada uno de los tramos por donde pasaba; hubo momentos en que se le vio sorprendido por las muestras de fe de los mexicanos que ya le aguardaban para hacerle ver que México es un país en donde los fieles rezan, lloran, pero también ríen y demuestran su fe. Y así fue a lo largo de los 38 kilómetros de la valla humana.
Pequeñines que se encontraban acompañados de sus padres veían pasar el rostro sonriente del sucesor de San Pedro. Benedicto XVI, levantaba la mano y daba la bendición a los presentes. Las gargantas no enmudecían, al contrario a cada centímetro del recorrido del Papa gritaban con más fuerza: "Papa hermano, ya eres mexicano", lo que hizo recordar a muchos al entrañable beato Juan Pablo II.
El corazón se desgarraba al ver que señoras de la tercera edad, con sus ojos ya sin brillo, lanzaban sus alabanzas al cielo y miraban el paso del convoy papal. Banderas de México y el Vaticano eran hondeadas como muestra de respeto. Este gesto era agradecido por Su Santidad al sonreírles cuando le gritaban "te amamos, Papa te amamos".
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