Por: Patricia Carrasco, LA PRENSA
La Iglesia Católica ve con terror la muerte de miles de mexicanos inocentes, a manos de criminales desalmados, que no tienen por padre a Dios, sino al maligno, el mentiroso y homicida; por lo que condenó a los delincuentes que actúan como verdaderos anticristos que asesinan gente, secuestran, extorsionan, roban y destruyen la salud de millones de jóvenes con drogas, en un país donde la maldad parece haber llegado para no irse jamás.
En la homilía de la misa Crismal del Jueves Santo, la Arquidiócesis de México exhibió que la violencia que vive México, no ha surgido de la nada, sino es causada por la injusticia social, que mantiene en la pobreza a la mitad del país, por la corrupción de autoridades inmorales que fueron y siguen siendo cómplices del crimen que debieron combatir.
Ante cientos de sacerdotes, de las distintas vicarías de la Arquidiócesis Primada de México, reunidos en la Catedral Metropolitana, la Iglesia acusó que la violencia tiene su causa en el desmoronamiento de los valores cristianos y morales; en el socavamiento de toda ética en aras de una perniciosa libertad y relativismo, que no es más que libertinaje y egoísmo.
La violencia agregó, también tiene su origen en una sociedad que ha perdido su alma y justifica al mal como bien, y que ha puesto como dios al dinero y como fin la consecución del placer sin límites.
Y muchos, para conseguir esos falsos paraísos matan, corrompen y pervierten, sin escrúpulos, sin respetar las leyes humanas, tan minadas por la impunidad y la corrupción, ni a la ley divina, de la cual no escaparán. "Aun cuando los criminales piensen, en su mente pervertida, que es posible conciliar la fe con su actividad monstruosa inmoral y antievangélica.
A los presbíteros y obispos, no les toca combatir con las armas a los violentos, sino con el servicio sacerdotal humilde y abnegado, con el anuncio siempre consolador del Evangelio; deben consolar a los que sufren, como propio el dolor de las víctimas.
"La maldad parece haber llegado para no irse jamás", citó al recordar las palabras del Papa Benedicto XVI: "no podemos vivir como los que no tienen esperanza", pues el mal pese a su destrucción aparatosa, no tiene la última palabra.
La última palabra, señaló, la tiene el amor, el perdón, la reconciliación; el poder del Redentor, que con su pasión cruenta, su ignominiosa muerte en la cruz y su gloriosa resurrección ha vencido todo odio y violencia.
En una Catedral repleta de fieles, representantes de distintas parroquias y grupos religiosos, que celebraron el Día del Sacerdote, la Arquidiócesis sostuvo que los obispos y presbíteros del pueblo de Dios, tienen el reto descomunal, que no es nuevo, construir aquí y ahora el reino de Dios y sembrar en la sociedad, herida y desgarrada, los valores del Evangelio.
En esta celebración religiosa, se bendijeron los santos óleos y se llamó a los sacerdotes a renovar sus promesas y fortalecer la evangelización en las comunidades.
La Iglesia Católica ve con terror la muerte de miles de mexicanos inocentes, a manos de criminales desalmados, que no tienen por padre a Dios, sino al maligno, el mentiroso y homicida; por lo que condenó a los delincuentes que actúan como verdaderos anticristos que asesinan gente, secuestran, extorsionan, roban y destruyen la salud de millones de jóvenes con drogas, en un país donde la maldad parece haber llegado para no irse jamás.
En la homilía de la misa Crismal del Jueves Santo, la Arquidiócesis de México exhibió que la violencia que vive México, no ha surgido de la nada, sino es causada por la injusticia social, que mantiene en la pobreza a la mitad del país, por la corrupción de autoridades inmorales que fueron y siguen siendo cómplices del crimen que debieron combatir.
Ante cientos de sacerdotes, de las distintas vicarías de la Arquidiócesis Primada de México, reunidos en la Catedral Metropolitana, la Iglesia acusó que la violencia tiene su causa en el desmoronamiento de los valores cristianos y morales; en el socavamiento de toda ética en aras de una perniciosa libertad y relativismo, que no es más que libertinaje y egoísmo.
La violencia agregó, también tiene su origen en una sociedad que ha perdido su alma y justifica al mal como bien, y que ha puesto como dios al dinero y como fin la consecución del placer sin límites.
Y muchos, para conseguir esos falsos paraísos matan, corrompen y pervierten, sin escrúpulos, sin respetar las leyes humanas, tan minadas por la impunidad y la corrupción, ni a la ley divina, de la cual no escaparán. "Aun cuando los criminales piensen, en su mente pervertida, que es posible conciliar la fe con su actividad monstruosa inmoral y antievangélica.
A los presbíteros y obispos, no les toca combatir con las armas a los violentos, sino con el servicio sacerdotal humilde y abnegado, con el anuncio siempre consolador del Evangelio; deben consolar a los que sufren, como propio el dolor de las víctimas.
"La maldad parece haber llegado para no irse jamás", citó al recordar las palabras del Papa Benedicto XVI: "no podemos vivir como los que no tienen esperanza", pues el mal pese a su destrucción aparatosa, no tiene la última palabra.
La última palabra, señaló, la tiene el amor, el perdón, la reconciliación; el poder del Redentor, que con su pasión cruenta, su ignominiosa muerte en la cruz y su gloriosa resurrección ha vencido todo odio y violencia.
En una Catedral repleta de fieles, representantes de distintas parroquias y grupos religiosos, que celebraron el Día del Sacerdote, la Arquidiócesis sostuvo que los obispos y presbíteros del pueblo de Dios, tienen el reto descomunal, que no es nuevo, construir aquí y ahora el reino de Dios y sembrar en la sociedad, herida y desgarrada, los valores del Evangelio.
En esta celebración religiosa, se bendijeron los santos óleos y se llamó a los sacerdotes a renovar sus promesas y fortalecer la evangelización en las comunidades.
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