Niños que trabajan en Día de Reyes

domingo, 6 de enero de 20130 comentarios

Por: Raúl Ma­cías

Una ma­ña­na de con­tras­tes en­tre ni­ños que re­ci­bie­ron re­ga­lo de Re­yes y los que no; pe­ro en la ma­yo­ría ha­bía una son­ri­sa. Con la ino­cen­cia de la ni­ñez, al­gu­nos pe­que­ños ju­ga­ban y tra­ba­ja­ban en­tre los au­tos, con su ven­di­mia o de lim­pia­pa­ra­bri­sas y otros an­da­ban en las ca­lles o par­ques de su co­lo­nia; to­do fue di­ver­sión y ya hoy a la es­cue­la lle­va­rán sus ju­gue­tes que les de­ja­ron Mel­chor, Gas­par y Bal­ta­sar.

Pa­ti­nes, bi­ci­cle­tas y mu­ñe­cas fue­ron lo más re­cu­rren­te, y ni­ños de es­ca­sos re­cur­sos si al ca­so re­ci­bie­ron un co­che­ci­to de plás­ti­co o ma­de­ra, por­que no al­can­zó pa­ra más. En los ho­ga­res, los más afor­tu­na­dos se en­tre­te­nían con sus con­so­las de vi­deo­jue­gos o sus ta­ble­tas, y aun­que ayer fue­ron mu­chos los con­tras­tes, pe­ro la son­ri­sa de los ni­ños fue el co­mún de­no­mi­na­dor del Día de Re­yes.

Las ri­sas de los pe­que­ños que re­ci­bie­ron la vi­si­ta de los ma­gos de Orien­te se es­cu­cha­ron en to­das par­tes; co­rrían y co­rrían, al­gu­nos acom­pa­ña­dos por sus pa­dres por­que era la pri­me­ra vez que ma­ne­ja­ban una bi­ci­cle­ta, y aun­que se ca­ye­ron en va­rias oca­sio­nes es­to no fue un im­pe­di­men­to pa­ra que si­guie­ran, por­que los ras­po­nes has­ta les cau­sa­ban ri­sa.

Pe­ro la otra ca­ra de la mo­ne­da fue la tris­te­za de mu­chos ni­ños que se li­mi­ta­ron a so­ñar que eran ellos los que pe­da­lea­ban, que ellos an­da­ban en los pa­ti­nes, o que ellas pei­na­ban, ves­tían y pa­sea­ban a las mu­ñe­cas; fue un sue­ño, su sue­ño del que tu­vie­ron que des­per­tar cuan­do sus pa­dres les ha­bla­ron pa­ra que si­guie­ran con la ven­ta de los chi­cles o lim­pian­do pa­ra­bri­sas.

Y al tér­mi­no de es­tar ju­gan­do en los par­ques o jar­di­nes, vi­no otro de los gus­tos de los ni­ños que no se can­sa­ban. No po­dían de­jar pa­sar de lar­go el acu­dir a com­prar un he­la­do, por­que aun­que la tar­de no es­tu­vo muy ca­lu­ro­sa, los chi­qui­ti­nes de­ci­die­ron co­mer he­la­do, y ya por la tar­de en ca­sa se pu­sie­ron a ju­gar con los vi­deo­jue­gos que los Re­yes les de­ja­ron en su ca­sa.

Ca­so con­tra­rio al de los que no tu­vie­ron la vi­si­ta de los ma­gos; ellos ter­mi­na­ron can­sa­dos su día y al lle­gar a su vi­vien­da co­mie­ron al­go pa­ra pos­te­rior­men­te ir­se a la ca­ma a dor­mir, y así, quie­nes hoy tu­vie­ron que ir a la es­cue­la lle­va­rán una des­ven­ta­ja: no ten­drán na­da qué pre­su­mir a los ami­gos, por­que su mi­se­ria no se los per­mi­te, y de es­te mo­do, al ver ju­gar a sus com­pa­ñe­ros, re­gre­sa­rán a sus sue­ños.
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