¡SE AHOGO!

jueves, 19 de marzo de 20150 comentarios



Raúl Ma­cías, Foto: Luis A. Barrera

La fría ma­ña­na era el pre­sa­gio de una des­ga­rra­do­ra his­to­ria que se es­cri­bi­ría en el co­ra­zón de la ciu­dad de Mé­xi­co. A sus 11 me­ses de edad, el pe­que­ño no co­no­cía de los pe­li­gros; ayer se des­per­tó co­mo cual­quier día y co­mo siem­pre re­ci­bió to­do el ca­ri­ño por par­te de sus pa­dres, pe­ro su des­ti­no ya se en­con­tra­ba tra­za­do y a las po­cas ho­ras per­dió la vi­da al aho­gar­se den­tro de un bo­te de agua.

Una hu­mil­de vi­vien­da de la ca­lle Hon­du­ras fue el lu­gar don­de el al­ma del an­ge­li­to su­bió al cie­lo, en don­de era es­pe­ra­do. An­tes del me­dio­día los ve­ci­nos del in­mue­ble mar­ca­do con el nú­me­ro 5 se­guían con sus ac­ti­vi­da­des dia­rias; na­die sos­pe­cha­ba lo que ya co­men­za­ba a ser una tra­ge­dia; na­die se per­ca­tó que el pe­que­ño de 11 me­ses de edad ha­bía caí­do a un tam­bo con agua.

Se des­co­no­ce a cien­cia cier­ta quién fue la per­so­na que lo en­con­tró en el in­te­rior del tam­bo; so­la­men­te se re­cuer­dan los gri­tos des­ga­rra­do­res de la ma­má del ni­ño al sa­lir co­rrien­do de la ve­cin­dad con el frá­gil cuer­po en sus bra­zos. Con lá­gri­mas en los ojos pe­día que al­guien le ayu­da­ra a sal­var a su pe­que­ño y es­to aler­tó a los tran­seún­tes y a unos uni­for­ma­dos que se en­con­tra­ban cer­ca.

Los po­li­cías se acer­ca­ron don­de es­ta­ba la se­ño­ra con el cuer­po del be­bé. Uno de ellos lo co­lo­có en el pi­so y co­men­zó a dar­le res­pi­ra­ción de bo­ca a bo­ca; de mo­men­tos le pre­sio­na­ba con sus ma­nos el pe­chi­to es­pe­ran­do que res­pi­ra­ra, pe­ro los se­gun­dos pa­sa­ban y na­da, el me­nor no res­pon­día a los pri­me­ros au­xi­lios que se le es­ta­ban dan­do: en­ton­ces fue cuan­do se dio por ven­ci­do el uni­for­ma­do y con­fir­mó que el ni­ño ha­bía de­ja­do de exis­tir.

Des­tro­za­da por den­tro, la ma­dre llo­ra­ba e im­plo­ra­ba a Dios por qué se lo arre­ba­ta­ba; era re­con­for­ta­da por unas ve­ci­nas que sa­lie­ron de­trás de ella, de la ve­cin­dad; ya to­do es­ta­ba es­cri­to, el me­nor per­dió la vi­da; qui­zá por un des­cui­do, por ello, los uni­for­ma­dos de la SSPDF tras­la­da­ron a la se­ño­ra an­te el agen­te del mi­nis­te­rio pú­bli­co de la Coor­di­na­ción Te­rri­to­rial CUH-4 pa­ra des­lin­dar res­pon­sa­bi­li­da­des.

Ahí no aca­ba­ba es­ta tris­te his­to­ria. Mi­nu­tos más tar­de lle­gó el pa­dre del me­nor; al es­tar co­lo­ca­das las cin­tas pa­ra res­guar­dar el área don­de es­ta­ba el cuer­pe­ci­to tu­vo que es­tar a unos me­tros de dis­tan­cia. En cu­cli­llas y con las lá­gri­mas ro­dan­do por sus me­ji­llas, el hom­bre no da­ba cré­di­to a lo que ob­ser­va­ba: su an­ge­li­to, al que en la ma­ña­na sa­lu­dó con gran ale­gría, ya no es­ta­ba.

Sen­tía la nos­tal­gia, el do­lor, la pe­sa­da au­sen­cia del ser ama­do; de quien se tu­vo en los bra­zos y fue la ale­gría del ho­gar. Aho­ra de­ja un gran hue­co y una he­ri­da que tar­da­rá mu­chos años en sa­nar; des­de don­de se en­con­tra­ba ob­ser­va­ba la ima­gen que nun­ca po­drá ol­vi­dar; la ima­gen que nin­gún pa­dre quie­re ver a lo lar­go de la vi­da, pe­ro que ayer es­te hom­bre vi­vió en car­ne pro­pia.

Lle­ga­ba el mo­men­to del adiós mo­men­tá­neo, de la ida al Ser­vi­cio Mé­di­co Fo­ren­se, de que se cum­plie­ra con to­dos los pro­to­co­los an­tes de que el cuer­po del be­bé le fue­ra en­tre­ga­do a su pro­ge­ni­tor. Y ya en la in­ti­mi­dad de su ho­gar y acom­pa­ña­dos de fa­mi­lia­res, es­te día ve­la­rán al an­ge­li­to que Dios lla­mó pa­ra que em­be­lle­cie­ra el cie­lo y con­vi­vie­ra con otros an­ge­li­tos y que­ru­bi­nes
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