Patricia Carrasco
En su visita, el Papa Francisco insistió a los mexicanos, que para que nuestra fe sea viva, debe traducirse en obras y compromisos concretos;
Aseguró que el Vicario de Cristo, "vino alimentar, a fortalecer y a confir
Desde la Catedral Metropolitana, el Arzobispo Primado de México comentó que se pueden decir varias cosas de la visita del Papa Francisco a México, pero el Pontífice, "nos ha hecho, con palabras y con hechos simbólicos, nos ha enseñado que no podemos ser verdaderos discípulos de Cristo si no oramos como Cristo nos enseñó.
"Vino el Papa Francisco y así lo afirmó expresamente, como peregrino para descubrirnos a todos que somos peregrinos en camino hacia la Patria definitiva hacia el Santuario donde Dios mora. Un peregrino como el mismo lo expresaba necesitado continuamente de la misericordia del Señor", afirmó el cardenal.
En la misa dominical, se elevó una oración por la pasada visita del Papa Francisco, para que la semilla aquí sembrada dé frutos de santidad en esta tierra; se pidió por lo que ostentan el poder político y económico para que sean su prioridad los más desfavorecidos de la sociedad.
También se oró por aquellos que pasan por una noche oscura o viven algunas dudas de fe, para que este camino cuaresmal acabe con ello, con la luz de la resurrección. Por los que sufren alguna enfermedad, tanto física como anímica, que el apoyo espiritual de sus hermanos les ayude en este duro camino, así como por los matrimonios cristianos, por los que viven en crisis para que el espíritu de Dios los anime hacia el amor y el perdón.
honores al lÁbaro patrio
Como cada domingo cercano al 24 de febrero de cada año, en la Catedral el jerarca católico encabezó los honores a la bandera.
Hasta el presbiterio fue llevado el Lábaro Patrio por cadetes de la Banda de Guerra de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina. El cardenal, los canónigos y cientos de feligreses saludaron y cantaron el Himno Nacional.
En su homilía, el prelado expuso que en este segundo domingo de Cuaresma, nos ha presentado tres grandes revelaciones: la revelación de la fidelidad de Dios al hombre en la persona de Abraham, narrada hermosamente en el libro del Génesis.
La revelación del destino glorioso del hombre que se nos manifiesta en Cristo, quien "transfigurará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo", según el mensaje de San Pablo a los Filipenses y finalmente, en la Transfiguración, la revelación de la divinidad de Cristo, hecha por el Padre, que nos dice: "éste es mi Hijo, mi escogido, escúchenlo".
La promesa de Dios de una gran descendencia parece un sueño que no tiene ningún fundamento en la realidad de su vejez y la esterilidad de Sara, su mujer.
En esa aventura de la fe Dios se le revela con un gesto simbólico: "Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes... Así será tu descendencia".
"En el evangelio hemos escuchado la máxima revelación que Dios ha hecho al hombre: Dios se revela en Cristo. En la humanidad de Jesús está presente la gloria de Dios. Se nos revela la realidad profunda del misterio escondido en Jesús de Nazaret.
Éste es el Hijo de Dios. En la humildad de la carne y de la muerte se esconde la presencia salvadora de Dios que libera al hombre por medio del Hijo-Siervo paciente. La transfiguración se convierte así en la gran revelación del misterio de Jesús y el descubrimiento total de su realidad a la cual somos invitados a entrar, como Abraham, "por la oscuridad luminosa de la fe", según expresión de Pascal.
Es fácil descubrir en los Evangelios que las grandes revelaciones que nos hace Jesús están relacionadas con los montes. Las Bienaventuranzas fueron pronunciadas en el Sermón de la Montaña, el domingo pasado vimos a Jesús victorioso de las tentaciones en el Monte de la Cuarentena, la pasión y la muerte tendrán lugar en el Monte Calvario, la Ascensión cerrará el ciclo de las revelaciones en el escenario del Monte Olivete.
No hay revelación de Dios, no hay encuentro verdadero con Jesucristo vivo, si no hay oración, y oración como la que Jesús nos ha mostrado, la oración hecha con calma, en un tiempo y en un lugar aparte, en silencio y hecha con insistencia y con frecuencia. Junto al ayuno espiritual, a la escucha de la Palabra de Dios, la oración es el tercer ejercicio esencial para una fructuosa Cuaresma.
Publicar un comentario